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Yo me enamoré de un Rubiales

Los Rubiales son el síntoma de una enfermedad llamada masculinidad tóxica que, cuando se alimenta de poder de clase, es letal.

28/08/2023 18:34 h

Yo me enamoré de un Rubiales

Los Rubiales son el síntoma de una enfermedad llamada masculinidad tóxica que, cuando se alimenta de poder de clase, es letal.

Con 23 años, no sé cómo ni de qué manera, pero acabé enamorado de un tipo como Luis Rubiales. Se parecía hasta físicamente. Era apuesto, alto, tenía voz como si estuviese metido dentro de una tinaja y desplegaba una masculinidad dominante que a mí, entonces con demasiados kilos de autohomofobia, me fascinaba. Años después supe que es imposible encontrar el amor, el afecto y la ternura en este tipo de seres porque sólo se saben relacionar desde la negación de las emociones, desde el abuso y el dominio.

El Rubiales del que me enamoré, que con el tiempo he sabido que nunca estuvo enamorado ni de mí ni de nadie -estos seres narcisistas sólo se enamoran de ellos-, era director de una sucursal bancaria, procedía de una familia de alta alcurnia y, por supuesto, tenía novia. Llevaba una doble o triple vida. El director del banco se iba a los puticlubs, a los bingos o a las ferias a cerrar negocios con empresarios del ladrillo que, por entonces, eran los putos amos del milagro económico español y el sueño húmedo de los directores de banco.

Mientras tenía lugar el debate sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, mi Rubiales echaba pestes por la boca cada vez que veía un activista gai por televisión. Follaba mal, por supuesto, porque no se folla bien con narcisistas que viven enamorados de sí mismos. El buen sexo se alimenta de generosidad y es necesario gustarse lo suficiente para poder admirar a la otra persona con la que compartes el placer, pero sin pasarse. Si te gustas demasiado, nunca podrás admirar a nadie. Y no se folla bien sin admiración.

Mi Rubiales tenía 20 años más que yo, porque otra característica de los Rubiales es que su dominación sólo la muestran con quienes ellos creen que están abajo. No es casual que haya sido a la Casa Real a la única institución que Luis Rubiales le ha pedido “perdón sin paliativos”. Son sumisos con los poderosos y dominantes con los débiles. A mi Rubiales le temblaba la voz cuando le llamaba el jefe de zona del banco y le cogía el teléfono, a la hora que fuera y estuviera haciendo lo que estuviese haciendo, a cualquiera de los promotores inmobiliarios que hace 20 años eran auténticos señores feudales.

Los Rubiales son padres de familia que los domingos se va a comer asado o paella con sus hijos vestidos como infantes del siglo XVIII, su mujer, sus padres y sus suegros al mejor restaurante de la ciudad, que cierran negocios en el bingo y que celebran los acuerdos en los puticlubs mostrando su poder con mujeres que no los desean. Porque a los Rubiales del mundo no les gusta el sexo, no disfrutan de nada, no conocen el placer, lo único que les motiva es el poder.

Los Rubiales son los que se iban de fiesta en plena confinamiento pandémico buscando libertad; son los que atemorizan a una empleada dentro de su despacho con los pies puestos encima de la mesa; son los que le pegan dos hostias a su novia porque es suya; son los que se ponen de coca hasta los ojos pero mandan a subalternos de la empresa a que se la pillen a los descampados de la ciudad; son los que niegan el cambio climático porque quién les va a decir a ellos que no pueden llenar su piscina en el adosado que se compraron en las urbanizaciones que crecieron como setas donde antes todo era campo.

Los Rubiales del mundo son los que no obtuvieron la nota de corte para estudiar en la universidad pública, pero papá les pagó la matrícula en la privada para que no fueran más golfos de lo que ya eran en su juventud; son los que se acaban separando y los hijos no quieren verlo nunca más porque, dicen culpando a las feministas, su exmujer le ha comido la cabeza a los niños. Los Rubiales follan con tíos, pero no besan porque eso ya es cosa de maricones. Los Rubiales no se vinculan nada más que con el poder, por eso son incapaces de pedir perdón en público y aceptar que se han equivocado.

««Detrás de un Rubiales siempre hay un tío digno de lástima.»»

Los Rubiales son el síntoma de una enfermedad llamada masculinidad tóxica que, cuando se alimenta de poder de clase, es letal. De hecho, las élites empresariales, económicas, políticas, judiciales y académicas de nuestro país están llenas de Rubiales. Señores que conducen coches más lujosos y elaborados que sus pensamientos, que desprecian el cine, la literatura, el teatro, el amor, la belleza y todo lo que en la vida hace que nos olvidemos de que existe la muerte. Señores con tratamiento de excelentísimo que no han abierto dos libros en su vida.

Los Rubiales saben muy bien que el feminismo ha venido a impugnarlos, a acabar con su impunidad. Los hay que son capaces de darse cuenta de que el feminismo es la oportunidad para ser más felices, para vincularse con sus hijos, para vivir su sexualidad libremente, para abandonar las profundas oscuridades donde habitan sus deseos inconfesables, para relacionarse de igual a igual con su entorno, para valorar la inmensidad de apreciar una buena película, una conversación, una caricia o una quedada con amigos sin necesidad de enumerar a las tías a las que se han follado en las últimas dos semanas.

Luego están los Rubiales como Luis Rubiales que actúan como una bestia cuando ha sido acorralada. La soberbia, la sobreactuación, el odio, la ira y las amenazas de Luis Rubiales, lejos de ser síntomas de fortaleza, son la prueba de su debilidad, de saberse atrapados, sin salida y sin futuro. El feminismo ha venido para cambiarlo todo, para hacerlo todo más justo, más igualitario, más humano y vivible, por eso los Rubiales señalan siempre al feminismo y a las feministas como una lacra, como las culpables de su infelicidad, como el enemigo a batir y hasta fundan partidos políticos, medios de comunicación, consultorías, fundaciones y empresas para convertir el antifeminismo en propuesta política. Los Rubiales no van a perder sus privilegios sin oposición, por muy amable y bajito que les hable el feminismo.

La actitud desvergonzada de Luis Rubiales es la prueba de la potencia transformadora que tiene el feminismo. No ha dimitido, pero las mujeres lo van a echar por la puerta falsa. Una vez que se vaya Luis Rubiales, la próxima tarea para acabar con los Rubiales del mundo es cerrar los bingos, los puticlubs y democratizar los clubes de fútbol, las empresas y los bancos y atar en corto al patriarcado, que es el brazo cultural del capitalismo por el que nos han intentado convencer de que la desigualdad es lo natural, que todas las mujeres son malas y que un beso sin consentimiento tampoco es como para ponerse así.

Mi Rubiales se casó, tiene tres hijos, una señora que desconoce que su marido es asiduo a las saunas gais y los puticlubs. En lo laboral, fue despedido como director de la sucursal bancaria cuando se vino abajo el negocio del ladrillo, pero con la indemnización se montó una agencia inmobiliaria con la que trapichea como va pudiendo, mientras añora los tiempos en los que cerraba negocios millonarios en las más lujosas casas de citas. Detrás de un Rubiales siempre hay un tío digno de lástima.

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