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El machismo también odia a los hombres

Si mi padre hubiese crecido en una sociedad que le hubiera enseñado que hay otra forma más útil y feliz de ser hombre, seguramente me habría agarrado la mano muchos años antes de lo que lo hizo en la cama del hospital cuando su mirada me pedía perdón por tanta orfandad. Yo también hubiese sido más feliz, gastado menos dinero en psicólogos y crecido con menos demonios interiores.

03/09/2023 15:55 h

El machismo también odia a los hombres

Si mi padre hubiese crecido en una sociedad que le hubiera enseñado que hay otra forma más útil y feliz de ser hombre, seguramente me habría agarrado la mano muchos años antes de lo que lo hizo en la cama del hospital cuando su mirada me pedía perdón por tanta orfandad. Yo también hubiese sido más feliz, gastado menos dinero en psicólogos y crecido con menos demonios interiores.

Llevo tres meses intentando hacer el duelo de la muerte de mi padre. Ha muerto con 80 años y nuestra relación no ha sido la mejor. Llevo tres meses intentando llorarlo, encontrar paisajes de ternura, amor y comprensión y poder con todo ello perdonarlo y perdonarme. Perdonarlo por el padre ausente que ha sido y por las noches sin dormir que nos regalaba a la espera de cómo iba a llegar a ese día. Perdonarme por haberme ido de mi casa con 19 años para huir de él y por haber buscado tanto la salida que nunca más volví a encontrar la entrada.

El ruido del postigo al abrir la puerta de casa ya anticipaba el clima en el que íbamos a dormir esa noche. Dormir por decir algo. Trato de encontrar a mi padre mostrándole un gesto de cariño a mi madre, que ha vivido toda la vida a su sombra, creyendo que las opiniones de mi padre eran la verdad y que sus comportamientos sólo eran válidos si él los validaba.

En los momentos finales de mi padre, me agarraba la mano y yo lo acariciaba para perdonarlo y perdonarme, porque el machismo lo separó a él de mí, pero también a mí de él. Tuvimos algunos momentos de acercamiento, como cuando le dije que era gay y me dijo que por qué había tardado tanto tiempo en decírselo. Eso fue hace relativamente poco y ahí supe todo el daño que el machismo le había hecho a mi padre y a todos los hombres. Nunca creí que mi padre encontrara alguna forma de felicidad después de abrir el postigo con violencia. Encontraba poder, que es lo que el machismo nos enseña a los hombres; pero el poder conseguido mediante la violencia genera ira, no placer. La ira es lo contrario de la felicidad.

El machismo lo había educado, le había dado unas herramientas inútiles para desenvolverse en la vida y le dijo que ser buen padre era no mostrar afecto y dedicarse solamente a trabajar, porque en el reparto sexual, el patriarcado ha asignado a los hombres el trabajo productivo y los ha excluido del trabajo de cuidar de su prole. El machismo enseñó a mi padre que la mejor forma de enfrentarse a los problemas era huir, refugiarse en el alcohol, la ira y el rechazo a las emociones.

Claro que mi padre me quiso, como yo lo quise a él, pero me quiso de una forma asintomática, desde la bronca, desde el miedo y desde el autoritarismo, que es la única forma que el machismo ha enseñado a los hombres a querer. Una de las cosas que más me hacen llorarlo es pasar por un parque y ver a un padre de unos 40 años jugando con sus hijos, riéndose y pasando una tarde relajada. Yo esa escena no la recuerdo porque no la he vivido nunca y lloro de impotencia porque el machismo me robó a mi padre. Cuesta mucho hacer el duelo de un padre cuando se buscan escenas de ternura y no se encuentra nada digno de idealizar.

«Ahora que los Rubiales del mundo nos quieren convencer de que el feminismo odia a los hombres, hay que afirmar una y otra vez que quien odia a los hombres es el machismo y no el feminismo.»

Esos niños van a crecer sabiendo que sus padres los quieren, que sus padres confían en ellos y que cualquier error que cometan será, si no entendido, al menos sí tratado de entender por su progenitor, desde el afecto y no desde el miedo, desde la comprensión y no desde el autoritarismo. Seguramente esos niños no crezcan con el único deseo de ser adultos para escapar de su hogar convertido en cárcel, seguramente esos niños tendrán en el futuro escenas de ternura con las que poder hacerle un duelo efectivo a su padre y, sobre todo, una referencia útil para criar a sus hijos.

Ahora que los Rubiales del mundo nos quieren convencer de que el feminismo odia a los hombres, hay que afirmar una y otra vez que quien odia a los hombres es el machismo y no el feminismo. Mi padre hubiese sido infinitamente más feliz de haber podido tener herramientas para querer de otra manera, para mostrar afectividad sin creer que eso lo hacía un hombre blandengue, para resolver sus problemas sin necesidad de huir hacia adelante, sin el portazo en el postigo o sin tener que emborracharse para olvidarse de sí mismo.  

Si mi padre hubiese crecido en una sociedad que le hubiera enseñado que hay otra forma más útil y feliz de ser hombre, seguramente me habría agarrado la mano muchos años antes de lo que lo hizo en la cama del hospital cuando su mirada me pedía perdón por tanta orfandad. Yo también hubiese sido más feliz, gastado menos dinero en psicólogos y crecido con menos demonios interiores de haber crecido con un padre no educado en el machismo.  Llegará el día, no muy lejano, que los Rubiales del mundo agradecerán al feminismo todo lo que hizo por ellos, a pesar de ellos.

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