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A las gordas también nos violan

Una de las creencias mollares de esta cultura consiste en hacernos pensar que no cualquier mujer puede ser violada, es decir, que hay manera de evitar la violencia sexual si las mujeres somos de una u otra forma

10/09/2023 18:29 h

A las gordas también nos violan

Una de las creencias mollares de esta cultura consiste en hacernos pensar que no cualquier mujer puede ser violada, es decir, que hay manera de evitar la violencia sexual si las mujeres somos de una u otra forma

Las feministas que denuncian la violencia sexual se encuentran con frecuencia comentarios, en su mayoría provenientes de la machoesfera patria, en los que se les reprocha que no tienen relaciones sexuales con hombres, siendo esta la verdadera causa de su insoportable enfado feminista. Si las violaran sería una suerte, cosa que parece poco probable que vaya a suceder por lo feas o quejicas que a sus ojos parecen. El objetivo está claro: desacreditarlas como sea. Y esta semana ha habido de nuevo muchas feministas obligadas a hablar de violencia sexual; la valentía de Hermoso y del resto de jugadoras de la selección española femenina de fútbol ante la violencia sexual y las presiones de Rubiales han provocado una oleada de testimonios de mujeres que no están dispuestas a seguir en silencio.

#SeAcabó está haciendo tambalear los cimientos sobre los que se sostienen muchas de las esferas de poder de nuestro país ocupadas, en su mayoría, por hombres. Es buena noticia que haya muchas mujeres diciendo que se acabó la impunidad frente a la violencia sexual en el deporte, en los medios de comunicación o en la universidad y, ojalá, aunque tiene su precio hacerlo como hemos podido comprobar con la reacción machista de un sector del poder judicial, mediático y político a la Ley Solo Sí es Sí, también comencemos a hacerlo las mujeres en la política. El precio a pagar que recibimos cuando denunciamos la violencia sexual es más violencia. La nube que genera esa reacción que intenta aplacar la posibilidad de que acabemos con la violencia sexual es lo que se conoce como cultura de la violación y hoy es especialmente útil hablar de ello.

La normalización de la violencia sexual, la banalización o ridiculización de la gravedad de la misma, el descrédito de sus víctimas o incluso su justitifación, son las creencias y actitudes que conforman la cultura de la violación que, como señala Naciones Unidas, está grabada en nuestra forma de pensar, de hablar y de movernos por el mundo, arraigada en un conjunto de creencias, poder y control patriarcales.

Una de las creencias mollares de esta cultura consiste en hacernos pensar que no cualquier mujer puede ser violada, es decir, que hay manera de evitar la violencia sexual si las mujeres somos de una u otra forma. Esta creencia se expresa de diversos modos y es clave para eximir de responsabilidad a los agresores. Ha llegado hasta nuestros días con una fuerza arrolladora el caso Alcàsser en todas esas advertencias de nuestras madres para no volver solas a casa, no hacerlo borrachas o, sencillamente, no ir de fiesta. La mujer que no celebra o no se emborracha, “no se expone al lobo”, tal y como sentenciaba el periodista italiano Andrea Giambruno, pareja de la primera Ministra italiana, para quitarle importancia a la oleada de agresiones sexuales en grupo que se han producido en su país en los últimos tiempos.

La relevancia de esta creencia patriarcal es profunda. Con ello no solo se nos intenta disciplinar para que sencillamente no disfrutemos de la noche o el baile como pueden hacer los lobos, sino que también se intenta hacer tambalear la propia definición de violencia sexual, así como ahuyentar a otras mujeres a comportarse de forma libre o incluso a ser feministas. Si no le puede suceder a cualquier mujer, es porque, en realidad, no es algo estructural a nuestra forma de relacionarnos y, por tanto, no es un asunto público, debe permanecer privado, como lo de toda la vida.

En los tiempos de desinformación que corren, se hace especialmente relevante desmontar aquellas creencias parte de la cultura de la violación que llegan de manera inocente a través de tu concurso de cocina de confianza, una broma de Feijóo a Susana Griso acusándolo de haberle dado dos besos sin su consentimiento o un meme en Instagram como el de la imagen de arriba. En él se compara el cuerpo de una conocida actriz con el de una mujer desconocida, señalando que a la primera es a la que se viola o se quiere violar, se presupone que por su aspecto físico y la segunda es la que se quejará de que eso suceda, pero a la que nunca van a violar, también por su aspecto físico. El mensaje es claro, si eres gorda, si te quejas, feminista, das tanto asco que no sirves ni para ser agredida sexualmente. ¿Pero sucede realmente así?

«La cultura de la violación presenta la agresión sexual como una forma de validación. Solo hay un tipo de cuerpos válidos y, por tanto, deseables. El cuerpo gordo es un cuerpo no válido. Sin embargo, también es cultura de la violación que se ejerza violencia sexual sobre esos cuerpos no válidos: "A la primera la agredo porque la deseo y a la segunda porque no. Lo bello es mío y lo feo también".»
Es Cultura de la violación creer que la violencia sexual solo se ejerce sobre algunas mujeres: violar es consecuencia de desear. Si eres deseable te estás poniendo en riesgo, puedes ser violada. Pero, ojo, si no eres deseable, también. Como en las fotos de arriba, la violencia se ejerce sobre ambas mujeres. No habrá nunca un cuerpo lo suficientemente deseable o no deseable como para que no se ejerza violencia sobre él y, por ello, precisamente la cultura de la violación te hará luchar toda la vida por ese cuerpo. O incluso te hará destruirlo hasta hacerlo indeseable para defenderte de la violencia sexual, tal y como relata Roxane Gay en Hambre, donde cuenta como decidió empezar a engordar hasta perder el control después de haber sido brutalmente violada de pequeña. Debe ser tarea del feminismo desmontar la cultura de la violación así como defender que todos los cuerpos son válidos. En primer lugar, la violencia sexual no es una cuestión de deseo, sino de poder, es una vulneración de Derechos Humanos. Y, en segundo lugar, la violencia sexual nunca es responsabilidad de las mujeres o sus cuerpos, sino de los agresores. Es cultura de la violación creer que los cuerpos deseables (“sobre los que se ejerce violencia sexual”) son los más válidos. La cultura de la violación presenta la agresión sexual como una forma de validación. Solo hay un tipo de cuerpos válidos y, por tanto, deseables. El cuerpo gordo es un cuerpo no válido. Sin embargo, también es cultura de la violación que se ejerza violencia sexual sobre esos cuerpos no válidos: “A la primera la agredo porque la deseo y a la segunda porque no. Lo bello es mío y lo feo también.” La cultura de la violación ordena los cánones de belleza, marca la norma (lo imposible): “si fueras perfecta serías libre, como no lo eres, sigue intentándolo y, mientras tanto, eres mía, y cuánto menos te hayas esforzado, más disciplinamiento debes recibir”. Por ello, tiene que ser también tarea del feminismo pensar sobre el deseo, la belleza y los cuerpos. Frente al “si estas gorda no te van ni a violar”, todos los cuerpos son válidos y deseables y pueden tener relaciones consentidas. La cultura de la violación también es entender la violencia sexual como una herramienta para ejercer poder sobre las mujeres que cumplen la norma y sobre las que no: “si hace lo que le pido se dejará hacer lo que me plazca y, si no, la castigo por ello.” Por tanto, es también cultura de la violación creer que son peores mujeres las que se quejan. No solo es el cuerpo. Es también la voluntad. La mujer que se queja es a ojos del patriarcado menos deseable: “la controlo menos, el castigo es mayor. Si es calladita la manejo, si se queja la castigo.” Siguiendo esta lógica, no soprenderá que sea la feminista, la que señala el poder de los agresores, la que más disciplinamiento debe recibir. La violencia política, la reacción violenta y machista a los avances del feminismo, es también cultura de la violación. Y, precisamente, su máxima expresión la vimos cuando Irene Montero habló de cultura de la violación en el Congreso para denunciar la terrible campaña de la Xunta de Galicia sobre la violencia sexual que responsalizaba a las mujeres, pidiéndoles que no corriesen por el parque de noche, porque no debería pasar, pero pasa. La denuncia de la violencia provoca aún más violencia. Cuanto menos norma y menos silencio, más violencia. El fenómeno es estructural y, por ello, es también cultura de la violación pensar que las agresiones sexuales son hechos aislados. “Le gustó, se pasó, se lo buscaba, se lo inventó” son todo expresiones de lo mismo: nuestros cuerpos valen menos, sean como sean estos. No hay forma de ser mujer que escape a la posibilidad de ser violada. La violencia sexual es la máxima expresión del patriarcado y el #MeToo y el #SeAcabó son el motor feminista que construyen el modelo de sociedad igualitaria y alternativo a aquel en el que se puede seguir ejerciendo el poder con violencia y total impunidad. La violencia que se ejerce sobre ti, guapa, gorda, pobre o rica, fracasada o campeona, barrendera o Ministra, es la misma violencia que se ejerce sobre todas. Y, por ello, a diferencia del #MeToo, #SeAcabó no es solo un proceso para nombrarnos como víctimas, sino para señalar que si nosotras somos tantas, al menos tantos deben ser los agresores. Las cosas pueden ser de otro modo, pero para eso hay que llamar a las cosas por su nombre. No son casos aislados, es una cuestión cultural. Es violencia sexual.
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