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Una partida de tabú

Cuestionando a las feministas se cuestiona la igualdad como un valor y un derecho efectivo y se vuelve a justificar la meritocracia de los niños bien, de que el que vale, vale y el que no, a servicios sociales.

22/06/2023 11:12 h

Una partida de tabú

Cuestionando a las feministas se cuestiona la igualdad como un valor y un derecho efectivo y se vuelve a justificar la meritocracia de los niños bien, de que el que vale, vale y el que no, a servicios sociales.

Seguro que muchas habéis jugado al tabú aquí. Es ese juego en el que no puedes mencionar una palabra prohibida, ni tampoco explicarla a través de sinónimos o conceptos relacionados, y debes dar enormes rodeos para definirla. Por ejemplo, para decir “museo” no cabe decir cuadro, lienzo ni pintor; para decir “igualdad”, no se puede decir feminismo ni Ministerio.

Desconozco qué tarjetas del tabú han caído en el reparto de barajas de esta campaña electoral, pero no es difícil adivinar alguna de ellas. Por ejemplo, no hubo una sola mención a las políticas de género en la presentación, la pasada semana, de las prioridades de la Presidencia Europea. ¿No era España un modelo internacional en el asunto, no somos un orgulloso referente? ¿No eran los ránkings -el del Instituto Europeo de Igualdad de Género, el de la Brecha de Género Global, el de Equileap- algo para sacar pecho en todo el mundo?

Yo no creo demasiado en eso de los ránkings ni en las lógicas competitivas -y bastante patriarcales y aburridas- de las medallas para evaluar y legitimar políticas públicas. Pero sí creo en ese modelo español que dicen que existe, que era superador del escandinavo en muchos sentidos y que bebía de lo mejor de nuestra historia política, -que no es mucha, pero ahí queda- para contarle al mundo que la justicia social, la redistributiva, la representativa también, se articulaba a través del feminismo. Un modelo que habla de reparación, por fin, en este país. un modelo que transforma las relaciones sociales, económicas, culturales, para no tener vergüenza de denunciar las ostias o los acosos, para que puedas poner nombre a lo que pasa en tu casa, en tu trabajo o en tu escuela. Un modelo que invierte dinero público en profesionales y en recursos. Y que nadie se equivoque, que hay que ser muy lista o tener mucho coraje para elegir trabajar en igualdad -seas psicóloga, maestro, funcionaria, jurista, sindicalista, policía o enfermera- pudiendo buscarse la vida con muchos menos problemas.

Por eso no es casual que justo ahora el ataque a todo lo que hemos construído sea tan furibundo, tan salvaje, tan cruel y hasta cainita. No cabe engañarse: la puerta por la que ha entrado la ultraderecha y sus dogmas no ha sido ni Cataluña, ni los toros, ni Txapote: han sido las mujeres, ha sido el feminismo. Siempre hemos sido nosotras.

«Es un enorme error sacar al feminismo de la ecuación, porque otros no piensan hacerlo.»

Cuestionando a las feministas se cuestiona la igualdad como un valor y un derecho efectivo y se vuelve a justificar la meritocracia de los niños bien, de que el que vale, vale y el que no, a servicios sociales; deslegitimando las políticas de igualdad se cuestionan también todas las alianzas que el feminismo ha ido tomando del brazo para caminar con ellas, y así, de un plumazo, te cargas cualquier política redistributiva que pudiera dar esperanza a tanto muerto de hambre, a tanta paria de la tierra. Rebajando el tono de las políticas de género también se cierra ese agujerito por el que se había hecho patente que la justicia no es ciega y que el prestigio es una cosa bastante subjetiva, y de paso, dinamitas también, por la vía del demérito y el miedo, a todas aquellas voces que pudieran tener algo que decir al respecto.

Eso, por supuesto, en el plano político, que es el que muchas, en nuestro idealismo, creemos que es el más importante. Luego está el plano de la política en minúsculas, el electoral, la pelea por la atención, la aritmética de amiguetes, el aflojar un poco con tanto “no es no” y “sí es sí” para que nadie nos destape los deshonores diurnos y nocturnos. Francamente, queridos, me importa un bledo. Lo nuestro es mucho más importante.
Es un enorme error sacar al feminismo de la ecuación, porque otros no piensan hacerlo. Es además una enorme irresponsabilidad que desampara a muchísimas personas a un lado y a otro de los recursos públicos y de los espacios que tanto ha costado tomar para poder hablar. Pensadlo la próxima vez que queráis jugar al tabú con nosotras, porque para algunas personas solo será una partida, pero para la psicóloga de un recurso asistencial, para la profe de instituto que tiene que argumentar frente a los discursos misóginos de su alumnado, para el trabajador social ahogado en expedientes sin manos para abordarlos, para la periodista a la que van a tirar su columna, para las mujeres que tenían un centro de igualdad donde estar juntas y felices alguna tarde que otra, para la que no tiene plaza en la casa de acogida, para la que va a volver a tragarse las palabras en la próxima reunión por miedo al escarnio, para el que sigue intentando convencer a sus allegados pese a que le llamen blandengue, para la niña que llaman guarra todos los bros de YouTube, para todas esas personas, que juguéis al tabú con el feminismo es imperdonable.

Imperdonable.

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