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EFE/ Juanjo Martín

Sumemos frente al odio

Es más útil para meter miedo decir que un pobre te va a ocupar la casa a que es más probable que un banco te deje en la calle.

20/07/2023 10:00 h

Sumemos frente al odio

Es más útil para meter miedo decir que un pobre te va a ocupar la casa a que es más probable que un banco te deje en la calle.

El domingo hay elecciones. No son unas elecciones cualesquiera. No nos jugamos un gobierno conservador frente a uno progresista. Nos jugamos que el país esté gobernado por una alianza del odio dispuesta a señalar a los sectores más castigados de nuestra sociedad. El proyecto de país que lidera Alberto Núñez Feijóo es descivilizatorio, busca romper los consensos sociales sobre la libertad de las personas LGTBI, las mujeres, los derechos de los trabajadores, la igualdad del sistema fiscal, la emergencia climática o la posición de España en el mundo. El proyecto que lidera Alberto Núñez Feijóo no es peligroso por estar basado en la mentira, que lo es, sino por estar conectado con en el autoritarismo global que ha destrozado la convivencia en Brasil, Estados Unidos, Hungría o Polonia.

El proceso descivilizatorio de la derecha radical a nivel global busca romper los pactos que nos dimos como sociedades democráticas tras la Segunda Guerra Mundial para facilitar la convivencia. Los conservadores aceptaron el Estado del Bienestar a cambio de paz social y el progresismo aceptó la economía de mercado a cambio de que el Estado actuara como árbitro para intervenir ante las injusticias del poder del dinero. El modelo descivilizatorio de la derecha radicalizada tiene una base económica, pero hacer visible su agenda económica no les permitiría conectar con las clases manipuladas por el poder mediático concentrado. Es más útil para meter miedo decir que un pobre te va a ocupar la casa a que es más probable que un banco te deje en la calle.

Señalar a las personas migrantes, homosexuales, trans, mujeres, trabajadores o defensores de derechos humanos es el fuego para encender el desorden entre los de abajo y que los de arriba puedan depredar la democracia, los derechos, la libertad y todo lo que nuestras sociedades han conquistado en el último siglo. A esto se une la emergencia climática, que ya no puede afrontarse poniendo jardines verticales en los edificios.

La ecología política, la derecha radicalizada lo sabe mejor que nadie, implica que los que viven muy bien van a tener que renunciar a sus privilegios para que los que viven peor, vivan mejor. La emergencia climática, como el feminismo, son los dos vectores de cambio que están transformando nuestras sociedades tocando la columna vertebral del capitalismo. No es casual que la derecha española montara en cólera cuando el ministro de Consumo, Alberto Garzón, dijera que hay que comer menos chuletones de ternera.

Son los de arriba quienes se pueden permitir comerse un entrecot de ternera a 20 euros el kilo que consume 15.000 litros de agua por cada kilo. Son los de arriba los que no van a poder seguir llenando las piscinas de sus mansiones ante un horizonte de escasez de agua. Son los de arriba los que no van a poder explotar a los trabajadores a 40 grados a la sombra frente a una emergencia climática que pone en riesgo la vida de los trabajadores.

«Lo que nos jugamos en estas elecciones es si el cambio civilizatorio que implica la emergencia climática la vamos a afrontar con orden, seguridad, justicia social y solidaridad o si el cambio climático va a servir para que triunfe el ecofascismo que lo tiene todo y quiere todavía más, porque no está dispuesto a renunciar a ninguno de sus privilegios que han hecho inhabitable este mundo.»

Son los de arriba los que pueden perder los privilegios asociados al monopolio energético si se favorece el autoconsumo energético basado en las energías renovables. Son los de arriba quienes van a tener que dejar de viajar en vuelos chárter para trayectos que se pueden hacer en trenes convencionales. Son los de arriba los que van a tener que dejar de vivir en urbanizaciones bunkerizadas ante la degradación del territorio. Son los de arriba los que van a tener que ganar menos para que los que ganan poco puedan tener una vida digna, saludable y vivible.

Lo que nos jugamos en estas elecciones es si el cambio civilizatorio que implica la emergencia climática la vamos a afrontar con orden, seguridad, justicia social y solidaridad o si el cambio climático va a servir para que triunfe el ecofascismo que lo tiene todo y quiere todavía más, porque no está dispuesto a renunciar a ninguno de sus privilegios que han hecho inhabitable este mundo.

En el ecofascismo, las personas LGTBI, las migrantes y las mujeres, pero también los trabajadores y las clases populares, son los nuevos judíos en esta ola de autoritarismo que, como todos los fascismos, tiene un fondo económico que pretende concentrar la riqueza en los que siempre han sido los dueños de todo. El capitalismo verde es imposible y nadie mejor que la derecha radicalizada lo sabe.

A veces incluso lo tiene más claro que la propia exsocialdemocracia, que cree que hablar como habla la derecha le va a reportar alguna victoria cultural o electoral.
En Andalucía sabemos bien en qué termina hablar como la derecha. Una comunidad autónoma, donde el voto a partidos progresistas llegó a superar el 60% del electorado, que tiene hoy esa misma proporción en simpatías electorales hacia partidos de derechas.

Casi 40 años de un PSOE que creía haber hecho la revolución porque le votaba tanto una familia de un barrio periférico de Sevilla como la Duquesa de Alba, que lo mismo subvencionaba a una entidad feminista como a las escuelas taurinas, que le llevaba flores a los represaliados franquistas mientras no puso nunca voluntad en sacar a Queipo de Llano de la Basílica de la Macarena o que llamó reconversión industrial a cerrar la industria de Cádiz, Jaén o Sevilla y abrir hoteles, chiringuitos y cambiar los sueldos de la industria por la miseria de la hostelería.

Nada explica mejor cómo el PSOE ha derechizado Andalucía como que cuando llegó el PP en 2018 no tuvo que cambiar la programación de Canal Sur, que sigue con sus mismos presentadores y formatos de entretenimiento que cuando gobernaba el PSOE. No es posible hacerle frente a la derecha radicalizada y espantar al bicho del autoritarismo adoptando sus formas, su lenguaje, pidiéndole a las víctimas que sean dóciles, que no hagan ruido y que acepten que la ultraderecha ha ganado la hegemonía social. Eso, como en Andalucía, siempre termina mal.

Sumar ha tratado de adaptarse a lo que hay, de ser dócil, de no enfrentarse al poder mediático que ha producido el autoritarismo y de disfrazarse de aceptable para no asustar a los bárbaros. Las encuestas indican que no está dando resultados, que justamente eso lo que consigue es regalarle a la reacción el terreno de la inconformidad, de la impugnación a la injusticia y la épica del relato. El veto a Irene Montero y la caída de Mónica Oltra, de la que se habla menos pero que guarda similitudes con la primera, no es otra cosa que mandar a casa a dos mujeres que hablan claro, que se han enfrentado a los que mandan de verdad y que, a cambio, han recibido todo el odio en forma de titulares, bulos y diabolización mediática.

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A pesar de todo, de vetos, de una hipótesis errónea y descontextualizada, Sumar es la única herramienta capaz de enfrentarse a la barbarie descivilizatoria que supone el proyecto de país de Alberto Núñez Feijóo junto con Santiago Abascal. El único voto útil para evitar un gobierno autoritario, pero también para evitar uno conservador hegemonizado por el PSOE, es el voto a Sumar.

Un puñado de votos puede decantar la balanza en el lado de la democracia o de la barbarie. En el lado del orden o del desorden. En el lado de la oscuridad o de la luz. En el lado de los derechos humanos o de la persecución a la humanidad. En el lado de poder vivir de tu trabajo o de malvivir mientras los de arriba concentran toda la riqueza que producen los de abajo.

Nos estamos jugando que un niño o niña piense en el suicidio porque en su colegio le dicen que ser lesbiana, gay, bisexuales o trans es una enfermedad y que está poseído por el diablo o que cada cual pueda ser libre tal y como es. Nos estamos jugando que una víctima de violencia de género se encuentre con el desprecio de las instituciones cuando acuda a pedir ayuda. Nos estamos jugando que tener una vivienda digna sea un derecho frente a quienes romantizan la solución de camperizar el coche para vivir dentro de él. Nos estamos jugando si estamos más cerca de Portugal y Francia o de Hungría y Polonia.

Hay decenas de escaños que pueden decantarse a favor de Sumar por unos pocos votos, quitándoselos al PP y Vox y abortando así la posibilidad de un gobierno autoritario. Si estás pensando en votar nulo, blanco o abstenerte porque estás enfadado, piensa que es compatible votar para frenar el odio y seguir construyendo un progresismo popular que hable el lenguaje de los oprimidos y no busque ser aceptado por los que mandan sin presentarse a las elecciones.

Votar es un acto de responsabilidad, no de consumo. No pasa nada por ir a votar sin ilusión, las elecciones no son un parque de atracciones. La alianza autoritaria va a votar sin ilusión, pero con odio. Hay mucha gente que en estas elecciones se juega literalmente la vida. Volver a la oscuridad, perder la libertad y que nos roben en dos días todos los derechos que nos han costado conquistar toda una vida. Ada Colau no es alcaldesa de Barcelona por 142 votos. Cada voto cuenta. Piénsalo. Parafraseando al escritor argentino Jorge Luis Borges, si no nos une el amor, que al menos nos una el espanto.

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