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Si tu vecino vota a la derecha ¿para qué quieres tener razón?

La izquierda se equivoca si cree que gestionando mejor que la derecha va a conseguir el voto popular.

30/05/2023 10:42 h

Si tu vecino vota a la derecha ¿para qué quieres tener razón?

La izquierda se equivoca si cree que gestionando mejor que la derecha va a conseguir el voto popular.

Escribe Jaime Lorite en Twitter: “Mi vecino es un hijo de la gran puta que se cree que ETA le fumiga y que Irene Montero quiere legalizar la pederastia pero yo tengo que hacer autocrítica. Están volviendo gilipollas a media población y degradando la raza humana con tal de ganar elecciones pero yo tengo que hacer autocrítica”. Se habrá quedado sin duda a gusto e, incluso, es bastante probable que tenga toda la razón y su vecino sea gilipollas. Pero ¿sirve de algo tener razón de cara a unas elecciones?.

España ha entrado sin anestesia en el ciclo conservador europeo. Estos ciclos son respuesta, a su vez, a la respuesta por parte de la izquierda a las crisis económicas. Las élites terminan reaccionando y alimentan respuestas al margen de las propias democracias liberales que les favorecen. Es el auge del autoritarismo.

Con la paradoja de que la izquierda defiende la democracia liberal -que les resulta claramente insuficiente- mientras que la derecha, la gran beneficiada, patea sus propias democracias a través de la manipulación mediática y la corrupción judicial.

Hay que añadir que la izquierda arriesga sobremanera cuando participa del juego de gobierno y no logra cambios sustanciales. No basta con no robar, porque el votante, vecino o no vecino del tuitero, prefiere al que roba, pero parece que hace algo, que al que no roba pero no le solventa todos y cada uno de sus problemas. O por lo menos alguno. Aunque tampoco nos engañemos. Seguro que mucha gente que hace tres años ganaba 735 euros y ahora gana 1080 ha votado a los partidos que votaron en contra de que le subieran el salario mínimo. No basta con conseguir logros en el gobierno: hay que convertirlos en un relato.

Aún peor es cuando la gente que vota a la izquierda ve que sus representantes hacen las mismas políticas que la derecha, algo que le pasa al PSOE cada vez que le presionan en los medios (que a su vez activan a la derecha dentro del PSOE). Cuando eso ocurre, la gente termina votando a lo que crean que hace más daño al sistema, esto es, a la extrema derecha o a una derecha asalvajada.

Claro que es mentira que las derechas vayan a hacer daño al sistema, pero con su lenguaje y sus modos groseros hacen de lo políticamente incorrecto el espacio político de la protesta, de la superación de obstáculos, de la autorización a romper todas las reglas sin que pase nada. Si la izquierda grita pierde votos; si grita la derecha, los gana.

La izquierda se equivoca si cree que gestionando mejor que la derecha va a conseguir el voto popular. Si la gente tiene frustración de clase, pero no tiene resentimiento de clase, echará la culpa a los inmigrantes, a la izquierda, a los sindicatos...Y a Pablo Iglesias. A quien le digan los medios de comunicación que tiene la culpa. Moderar el discurso y entregar parcelas ideológicas a la derecha es un error que se paga carísimo en las urnas. Y no hay que confundir ser firme en las ideas con ser amable en las formas.

«La izquierda se equivoca si cree que gestionando mejor que la derecha va a conseguir el voto popular. Si la gente tiene frustración de clase, pero no tiene resentimiento de clase, echará la culpa a los inmigrantes, a la izquierda, a los sindicatos...»

Un problema de Podemos es que le ha terminado pesando el enfado y la gente enfadada parece antipática. Si se cede en los presupuestos ideológicos, si atiendes a las peticiones de la derecha de que cedas, tu fuerte se agrieta. Y ante las dudas, las mayorías se van a inclinar ante quien parezca ganador. Cada vez que cedes a la derecha, te metes un gol en propia puerta.

Pero eso no tiene que hacer olvidar que también es un error ir más lejos de lo que tu pueblo puede digerir. Aunque sea de justicia lo que se defiende. Es precisamente en esas encrucijadas donde hay que poner inteligencia comunicativa y táctica y tensar la cuerda solo hasta el lugar donde se empiecen a perder votos de manera masiva. La revolución francesa fue antes una gran conversación.

Ante las crisis, siempre hay una respuesta de enfado frente a las élites políticas y económicas, pero esas élites reaccionan. Ante la crisis de 2008, Sarkozy y Merkel dijeron que había que humanizar el capitalismo porque tenían miedo a una respuesta social. Como no pasó nada, el modelo neoliberal siguió apretando económicamente a las mayorías. Lo que generó el auge de la extrema derecha, alimentado a su vez por las crisis de inmigrantes y de refugiados (principalmente huidos de la guerra de Siria, porque con Ucrania no se han puesto problemas) y, en el caso de España, por las tensiones secesionistas de Catalunya y el surgimiento de Podemos.

Vivimos hoy un claro momento de incertidumbre con las continuas crisis económicas, el calentamiento global, el aceleramiento tecnológico, las migraciones, el desempleo, los problemas de vivienda... Esa incertidumbre, más el miedo que alimentan los medios de comunicación -como la derecha no quiere ofertar orden social oferta orden público- son el caldo de cultivo ideal para el auge de políticas autoritarias.

Hay que añadir que el gran éxito de la derecha no es lograr que apoyen a sus líderes y a sus políticas, sino que odien a la izquierda. Lo que les genera un salvoconducto, a las élites y, piensan los que les votan, también a ellos, para hacer lo que quieran.

Por eso aunque las élites roben, dejen morir ancianos en residencias, sean idiotas o corruptos, la gente les vota porque sienten que están con los ganadores, los que les cuidan del orden público al que amenaza la izquierda. Que es, aunque no lo valoren, la que les ha subido el salario mínimo, ha limitado el precio de los alquileres, les ha protegido frente a las inmobiliarias, les ha apoyado durante la pandemia o defiende sus derechos como mujeres, pensionistas, parados, LGTBI, jóvenes o de cualquier minoría en riesgo.

Pero, en la lectura de la gente, envenenada por los medios de comunicación, el gobierno de coalición lo único que ha hecho ha sido “gobernar con ETA”, “defender a los okupas”, “romper España”, “soltar a violadores”, “rebajar las penas a los independentistas”, “anular el delito de sedición”, “primar a la gente trans y el mundo queer”, “defender a Venezuela”, “hacer escraches” o “remover las heridas del pasado”.

Las fuerzas progresistas tienen que hacer buenos diagnósticos. Es un error creer que los postulados de la izquierda del siglo XX valen en el siglo XXI, y que añorar los tiempos de la URSS y pensar en conflictos de clase del siglo pasado sirven y bastan. Hay que entender las nuevas demandas -lo que pasa por entender a los jóvenes y sus angustias, al igual que el miedo de los ancianos-, ser muy firmes y claros en su línea ideológica (contra las desigualdades de clase, de género, de raza y de ciudadanía, ser ecologista, pacifista, internacionalista -con una lectura inteligente de lo nacional-) y no ceder ante las presiones, encontrar liderazgos que sea convincentes y saber que si no cuenta con canales de comunicación plurales y objetivos es prácticamente imposible que pueda hacer que sus propuestas se conozcan.

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Quizá el único efecto positivo de las elecciones es que las principales líderes de la izquierda, Yolanda Díaz y Ione Belarra por fin se han sentado a elaborar una candidatura conjunta entre Sumar y Podemos. La convocatoria adelantada de elecciones tiene, probablemente, muchas razones: los ataques internos a Sánchez en el PSOE, a quien culpan de la debacle socialista los que ya intentaron echarle y fracasaron; la necesidad de no aguantar al PP durante meses insistiendo, ahora con la presión del resultado electoral, en la ilegitimidad del gobierno y pidiendo un adelanto electoral; romperle la luna de miel a la derecha; poder desarrollar una campaña electoral mientras que el PP está negociando gobiernos con VOX; beneficiarse del prestigio de las reuniones internacionales que le otorga presidir el Consejo Europeo; y, quizá, intentar asestarle el golpe definitivo a Podemos y regresar al bipartidismo, paradójicamente al tiempo que se da una opción de, al obligarles a unirse, poder ganar las elecciones generales.

Pedro Sánchez es un político de una nueva hornada a la que su propia éxito -y no tanto el de su partido o cometidos superiores- aparece en el arranque de sus prioridades. De manera que la convocatoria de elecciones ahora le podría llevar a tener que marcharse -algo que también le pasaría de no hacer nada- o, en una jugada que puede pillar con el pie cambiado a la derecha, darle a la izquierda una oportunidad. En conclusión, se habría jugado la primera parte de un partido y ahora vendría la segunda con un escenario político más clarificado

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