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Si todo es feminismo, nada es feminismo

Esta campaña arrancó, antes incluso de que la propia campaña arrancara, con una especie de consenso silencioso de todas las formaciones asumiendo que el feminismo era un valor en negativo de cara a un posible rédito electoral.

20/07/2023 15:26 h

Si todo es feminismo, nada es feminismo

Esta campaña arrancó, antes incluso de que la propia campaña arrancara, con una especie de consenso silencioso de todas las formaciones asumiendo que el feminismo era un valor en negativo de cara a un posible rédito electoral.

Si esta campaña electoral hubiese sido una clase de matemáticas, habríamos llegado todas al examen con un cacao de tres pares de narices. Si nos pusieran una ecuación en la que el feminismo formara parte de alguno de sus miembros, ya no sabríamos qué hacer a la hora de pasarla al otro lado: si suma, si resta, si multiplica, si divide o si puede ser tachada para simplificarla sin que nada se altere.

Esta campaña arrancó, antes incluso de que la propia campaña arrancara, con una especie de consenso silencioso de todas las formaciones asumiendo que el feminismo era un valor en negativo de cara a un posible rédito electoral. El veto a Irene Montero por parte de la propia izquierda fue el pistoletazo de salida, lo que envalentonó a muchos para empezar a decir lo que hasta ahora no se habían atrevido: que el feminismo les era incómodo, que resultaba antagonista de la hegemonía discursiva, que había llegado la hora de relegarlo a un último plano. Porque estas elecciones irían de las cosas del comer.

La reacción ciudadana, sin embargo, sumada al recrudecimiento de la violencia machista que siempre suele tener lugar en los periodos estivales y vacacionales, resituó el feminismo en la cúspide de la agenda política, mediática y electoral. De este segundo factor deberían haber sido conscientes aquellos que pensaron que echar a un lado el feminismo en esta época del año iba a resultar ser una buena estrategia. Pero su ignorancia les jugó una muy mala pasada, porque precisamente fue la ultraderecha quien recapitalizó las violencias machistas para sus propios fines, aprovechando para poner en cuestión la propia existencia de la violencia de género, retirar las banderas LGTBQ+ y los Puntos Violetas o iniciar el camino hacia la censura cultural.

Sumidas en esta dinámica de eterno retorno, el bucle se intensificó todavía más: con cada mujer asesinada, un político negacionista se apartaba de la pancarta o se descojonaba durante el minuto de silencio; y cada uno de estos gestos mayor reacción suscitaba en la ciudadanía, reclamando más y más feminismo.

A los partidos políticos les costó asumir que tenían que recoger estas demandas, ese alarido ávido de justicia feminista que ponía de manifiesto que habían estado equivocados: el feminismo y los derechos de las mujeres también eran cosas del comer. Y a una gran parte del electorado le importaban tanto o más que los precios de la cesta de la compra.

El cara a cara entre Sánchez y Feijóo, horas después de que ese mismo día se hubiesen confirmado tres asesinatos por violencia machista, puso en evidencia a ambos candidatos, que dedicaron una atención ínfima a hablar sobre las políticas de lucha contra la violencia machista y desviaron el debate hacia otros derroteros en los que ambos señores se sentían mucho más cómodos.

La indignación generalizada que despertó aquel desplante hizo que, para el debate a siete de portavoces, los partidos hubiesen empezado a ponerse las pilas. Aina Vidal (Sumar), iniciaba su intervención recordando a las mujeres asesinadas. Patxi López (PSOE) defendía los Puntos Violeta a capa y espada y comenzaba su minuto de oro hablando de violencia de género. Hasta Cuca Gamarra (PP) aseveró que a su partido “nadie iba a darle lecciones de feminismo”, en un intento por patrimonializar las conquistas que la izquierda parecía haber dejado huérfanas las semanas anteriores. Aun así, todavía se echó de menos la contundencia que habría cabido esperar para estar a la altura de las circunstancias respecto a la defensa del feminismo y los logros conseguidos estos años frente a ese negacionismo corrosivo y sin escrúpulos.

Por fin, para el debate a cuatro del miércoles 19 (y digo a cuatro, que no a tres, porque el silencio sepulcral de las ausencias elegidas es definitivamente una forma de estar también en la política), parece que Díaz y Sánchez se presentaban al examen con los temas miradillos, aunque lo justito para evitar que les mandásemos a septiembre.

«A los partidos políticos les costó asumir que tenían que recoger estas demandas, ese alarido ávido de justicia feminista que ponía de manifiesto que habían estado equivocados: el feminismo y los derechos de las mujeres también eran cosas del comer.»

El resultado no fue del todo desacertado, pero ¿dónde estaba todo el desarrollo? ¿Cómo saber si no le habían, simplemente, copiado la solución final a la compañera de al lado? ¿Por qué algunos de los decimales les bailaban? Y es que con la ofensiva tan ponzoñosa de la ultraderecha contra la Ley Trans o la Ley de Libertad Sexual, a la gente no le sirve solamente con escuchar consignas vacías de contenido y los cuatro o cinco mantras que te traes sin haberlos aprehendido preparados desde casa para vomitarlos sobre el papel sea lo que sea lo que te estén preguntando. Necesitan entender qué está pasando, necesitan argumentarios sólidos que ninguna de las candidaturas principales están siendo capaces de transmitir, probablemente por una cuestión de pura ignorancia.

Anoche habría sido buen momento para rebatir los bulos del señor Abascal con datos. Se podría haber mencionado, por ejemplo,cuando este alegaba que habría condenados que se autodefinirían “femeninos” para poder acceder a cárceles de mujeres, que el sistema penitenciario español lleva permitiendo desde el año 2006 que las personas trans no reconocidas legalmente puedan acceder a los módulos correspondientes a su género declarado. Y que en esos casi veinte años no se ha derrumbado el mundo. Se podría haber reiterado con firmeza que las mujeres trans son mujeres, en lugar de soltar, como hizo Yolanda Díaz, ni corta ni perezosa, que las personas trans pueden ser quienes “deseen”, o que los derechos LGTBI tienen que ver con que “ames a quien ames”.

Ayer leía un tuit acertadísimo que explicaba muy bien por qué los derechos LGBTI son una cuestión de derechos humanos, del derecho a ser, y no de antiguos eslóganes de herencia católica que apelan al amor como argumento para que tu vida sea tolerada por parte de los otros. Decía algo así como que las personas LGTBI también quieren poder odiar a quien les dé la gana, que quieren que les pueda caer mal quien les dé la gana, exactamente igual que la gente cis y que la gente hetero.

Habría sido buen momento, quizá, para reivindicar el Plan Corresponsables, la primera política pública estatal de conciliación de nuestro país, que posibilita de verdad el ejercicio del derecho al cuidado garantizado en forma de servicios públicos por parte del Estado. Y para señalar que no solo basta con salir una hora antes del trabajo si, para las mujeres, que ya tiene que aguantar dobles y triples jornadas, se traduce en una hora más de lavadoras. Porque sí: la subida del SMI, la reforma laboral, o el IMV, son condición de posibilidad necesaria para poder reducir algunas de las desigualdades en materia económica entre hombres y mujeres, pero necesitan ir acompañadas de una perspectiva feminista explícita e integrada. Porque si todo es feminismo, nada es feminismo.

Y habría sido, también, buen momento para poner en valor las medidas tan importantes en materia de lucha contra todas las violencias machistas que la mayoría progresista de este país ha aprobado durante la última legislatura: la ampliación del 016 a 53 idiomas; la puesta en marcha de Centros de Crisis 24h para víctimas de violencias sexuales; la actualización de los dispositivos ATEMPRO; la obligatoriedad de formación de todos y todas las profesionales, de jueces a médicas o policías, en contacto directo con las víctimas; la aprobación de una acreditación administrativa que permite a todas las mujeres víctimas, aunque no pongan denuncia, acceder a todos sus derechos, desde una psicóloga especializada o asistencia jurídica gratuita, hasta derechos de corte económico.

En fin, la lista podría alargarse durante páginas y páginas. Desde el Ministerio de Igualdad y, concretamente, a través de decenas de intervenciones de la ministra Irene Montero, se han explicado en profundidad una y otra vez, aunque su cobertura tuviese muy poco morbo para el enfoque amarillista de la era que habitamos y esto se haya traducido en un silencio atronador por parte de muchos medios de comunicación y de las voces de influencia que infestan las redes sociales.

Sigo convencida de que comprar el marco de la derecha de que la Ley Solo Sí es Sí (una de las leyes que más ampliación de recursos y derechos de las mujeres, mucho más allá de la reforma penal, ha incluido en la historia de nuestra democracia) "tenía errores", en lugar de cerrar filas por miedo a señalar constructivamente las lagunas en materia de perspectiva de género del Poder Judicial, ha sido una equivocación estratégica de dimensiones inconmensurables. Y sus efectos, así como los de la reforma de “la heridita” perpetrada por el PPSOE, vamos a pagarlos, no solo las mujeres víctimas de agresiones sexuales, sino también las formaciones políticas que no han sabido o no han querido estar a la altura de lo que una verdadera revolución feminista exigía. No podemos olvidar que, si en 2018 se logró convocar la huelga histórica del 8 de marzo y hacer del feminismo un movimiento de masas en el mejor de los sentidos, fue porque unas cuantas piradas nos plantamos delante del Ministerio de Justicia y terminamos cortando la Gran Vía de Madrid a raíz de la sentencia infame de La Manada, para señalar precisamente ese sesgo machista que atraviesa, todavía, con significativa virulencia y de forma estructural el sistema judicial.

Al final, ya no sabemos qué defienden las formaciones políticas a quienes confiaremos nuestro voto el próximo domingo (porque sí, el 23J, sea como sea, tenemos que votar). Si el feminismo les suma, les resta, les multiplica, les divide o si van a permitir que otros lo reduzcan al absurdo en un intento desesperado por demostrar que no existe la raíz cuadrada de dos. Yo me quedo con la agridulce sensación de que para la mayoría, el feminismo ha sido durante esta campaña electoral más bien la incógnita de la ecuación. Y que no han dejado de romperse la cabeza intentando averiguar cómo despejarla. Y mira que no era tan difícil: las instrucciones las han tenido siempre delante de las narices. Pero antes de presentarse a un examen, es importante haber hecho los deberes.

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