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Se acabó el olor a puro en las redacciones

La ola de testimonios sobre machismo y agresiones sexuales en el trabajo llega al periodismo: hoy todas somos Sara Brito y Noemí López Trujillo señalando a los Rubiales de falsa plumilla.

30/08/2023 15:37 h

Se acabó el olor a puro en las redacciones

La ola de testimonios sobre machismo y agresiones sexuales en el trabajo llega al periodismo: hoy todas somos Sara Brito y Noemí López Trujillo señalando a los Rubiales de falsa plumilla.

Con solo levantar la mirada de la pantalla del ordenador, desde mi puesto de trabajo —mi primer trabajo—, podía intuir tras la nube de humo que lo envolvía todo, los lomos de sus libros esparcidos por aquel despacho color caoba. Al fondo, y con la puerta siempre abierta, pero custodiado por una fiel cancerbera enterrada en cartas selladas y recortes de periódico que, aunque inofensiva tras el cristal de sus gafas colocadas al filo de la nariz, bloqueaba cualquier intento de perturbar al director, con una excepción: una vez al mes, las becarias no solo podíamos traspasar la frontera entre los dos mundos de la redacción, sino que debíamos hacerlo si queríamos cobrar. «¡Hoy es día de paga, ¿estarás contenta, no?!». «No te has pasado todavía a por el cheque, ¿es que tu novio pone todo el dinero en casa?». «Soy el que mejor os trata, ¿a que sí?». Una y otra vez, los mismos chascarrillos de aquel señor que se esforzaba por aprenderse nuestros nombres —no el de los pocos becarios que contrataba— y nos saludaba con dos besos siempre que podía —no así a los pocos becarios que contrataba—. Por suerte, yo, con solo levantar la mirada de la pantalla del ordenador, podía pedir mi sueldo —o lo que quiera que fueran aquellos 289 euros— sin moverme del sitio, evitando el paseo de la vergüenza y, sobre todo, el encuentro con quien se creía una suerte de padre o mesías de sus jóvenes aprendices. «No me acerco porque no aguanto el olor a puro», me excusaba.

Hoy, que algunas de mis compañeras de profesión han empezado a compartir en primera persona historias de abusos y acoso en su entorno de trabajo, me doy cuenta de que no solo olía a puro en mi redacción, de que a todas nos ha faltado el aire de tanto machismo flotando en el ambiente, de que el periodismo está tan contaminado por el sistema patriarcal como la política, la banca o el deporte. ¿O es que no os ha pasado como a mí y habéis decidido poneros el sujetador antes de salir de casa para evitar las miradas de la última vez y tratar así de no distraer la atención de ningún compañero mientras proponéis los temas de vuestros próximos reportajes? ¿Nunca se ha negado algún renombrable periodista a que firméis con él la pieza compartida que habéis escrito casi íntegramente vosotras? ¿Ningún jefe os ha preguntado con quién habéis quedado esa tarde para ir tan guapas a trabajar? Entonces no lo sabía, creía que se debía al carácter conservador de la cabecera en la que encontré un hueco para luchar por mi sueño de salvar el mundo escribiendo, pero no, resulta que de este tufo a masculinidad tóxica no se libra ni el mayor de los aliados.

«¿O es que no os ha pasado como a mí y habéis decidido poneros el sujetador antes de salir de casa para evitar las miradas de la última vez y tratar así de no distraer la atención de ningún compañero mientras proponéis los temas de vuestros próximos reportajes? ¿Nunca se ha negado algún renombrable periodista a que firméis con él la pieza compartida que habéis escrito casi íntegramente vosotras?»

Y todo esto sin haber abierto aún el cajón de los micromachismos que sufrimos las redactoras cuando, grabadora y cuaderno en mano, salimos a hacer periodismo a la calle. Ni una vez ha dado por sentado nadie que la que publica las noticias soy yo si conmigo está un fotógrafo. Da igual la cámara, hay quien media hora después de preguntas sigue respondiendo mirándole a él. Eso sí, a la que acarician la cabeza, a la que agarran del brazo, a la que buscan al día siguiente en redes sociales para atiborrar de likes a las tantas de la madrugada es a mí, como es a mí a quien más de un personaje público ha propuesto un café o una cena a la petición de una entrevista, sumando a la seguridad innata de los hombres la carta de la popularidad, una forma de poder distinta a la de la autoridad del jefe, pero forma de poder a fin de cuentas.

Hace mucho que se prohibió fumar en los lugares de trabajo y el olor a puro en las redacciones sigue sin evaporarse del todo. Demasiados «besos robados». Pero se acabó. Las periodistas estamos con Jenni Hermoso. Las periodistas sabemos que esto nos ha pasado a todas, y que nos puede seguir pasando, pero nunca más impunemente. Porque ahora las periodistas nos mantendremos alerta en todos los espacios, incluso aquí, para que ninguno se piense intocable. Ahora las periodistas somos Sara Brito y Noemí López Trujillo señalando a todos los Rubiales de falsa plumilla. Las periodistas no estamos solas. Las periodistas decimos #seacabó.

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