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Los Rubiales con toga también están perdiendo

Los Rubiales con toga se veían entonces ganadores, y con razón, del desafío que habían lanzado a la ley del solo sí es sí, a la Ministra que la había impulsado, y al movimiento feminista y su deseo de cambios estructurales en general. Lo que los Rubiales con toga no sabían entonces, porque su machismo les cegaba, es que no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora, ni nada más efectivo que un Ministerio valiente que había hecho su trabajo con solvencia y efectividad.

27/08/2023 18:00 h

Los Rubiales con toga también están perdiendo

Los Rubiales con toga se veían entonces ganadores, y con razón, del desafío que habían lanzado a la ley del solo sí es sí, a la Ministra que la había impulsado, y al movimiento feminista y su deseo de cambios estructurales en general. Lo que los Rubiales con toga no sabían entonces, porque su machismo les cegaba, es que no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora, ni nada más efectivo que un Ministerio valiente que había hecho su trabajo con solvencia y efectividad.

Si hace apenas unos meses, cuando PSOE, PP y Vox se pusieron de acuerdo para reformar la Ley del solo sí es sí por mandato de los Rubiales con toga y los contadores de La Sexta, cuando Irene Montero y Ione Belarra se quedaron solas dentro del Gobierno escenificando su apoyo al consentimiento como elemento central de la Ley integral de Libertad Sexual, alguien nos llega a decir que iban a ser unos acontecimientos relacionados con el mundo del fútbol los que finalmente iban a evidenciar que la idea del consentimiento es ya hegemónica en la sociedad, nos hubiera parecido, cuando menos, sorprendente. Y, sin embargo, así ha sido.  

Claro que, por otro lado, es evidente también que nada de lo visto durante estos días habría sido posible sin el trabajo de años del movimiento feminista, sin el 8M de 2018 y sucesivos, sin las manifestaciones contra la sentencia de la manada y su “no es abuso, es violación” y su “hermana, yo sí te creo”, y por supuesto sin el trabajo previo del Ministerio de Igualdad todavía vigente tanto en su labor legislativa, como en su labor comunicativa y pedagógica.

La explicación, en realidad, no es tan complicada: un buen trabajo es un buen trabajo, aunque tengas a toda la prensa de este país tratando de decirte lo contrario. Y el Ministerio de Igualdad, con Irene Montero al frente, ha hecho un trabajo excelente. Lo ha hecho en la parte legislativa, con medidas de tanto impacto como esta ley del solo sí es sí, la ley Trans y de derechos LGTBI, o la reforma de la Ley del aborto para recuperar derechos arrebatados por Gobiernos previos del PP, para reconocer el derecho a baja cuando se tenga una regla con dolor incapacitante o para garantizar el derecho al aborto en los centros públicos. Pero lo ha hecho también en su parte más cultural, pedagógica y comunicativa. Ha conseguido que conceptos como “consentimiento”, “cultura de la violación” o “patrones machistas” hayan estado en el centro del debate público durante estos años, han explicado sus contenidos, han polemizado con ellos y, en definitiva, no sin un alto coste personal y político para todas las integrantes del equipo del Ministerio, han logrado sentar las bases para su comprensión. Al final, han tenido que ser esos y esas que hace apenas mes y medio decían, con mucha pompa y glamour, que eso era ir demasiado lejos, los que ahora han tenido que correr al sprint para ponerse exactamente en el mismo sitio en el que el Ministerio de Igualdad lleva estando años.

Y es que desde el primer momento fue muy evidente que los movimientos de los Rubiales con toga que desencadenaron toda la polémica en torno a la excelente Ley integral del solo sí es sí iban dirigidos a, precisamente, tratar de acabar —antes de que diera tiempo a que pudieran verse y valorarse socialmente— con los profundos cambios que dicha ley impulsaba tanto a nivel legislativo, como a nivel social y cultural. Y para ello se propusieron tres objetivos: 1) Forzar una reforma o derogación de la Ley, 2) evitar que la sociedad pudiera reconocer el impacto positivo que cuestiones como la de la centralidad del consentimiento tenían para el cambio a mejor de la sociedad y la lucha contra el machismo, y 3) acabar política y civilmente con la persona que había impulsado la Ley: la Ministra de Igualdad, Irene Montero. El hecho de que la sentencia del Tribunal Supremo que, actuando contra su propia jurisprudencia previa, avalaba la posición de los Rubiales apareciera justo en el momento en que se estaba debatiendo sobre si Irene Montero debía ir o no ir en las listas electorales de Sumar fue el último de los recordatorios de que aquello no era una cuestión legal, sino que era una cuestión de poder, una cuestión política y, en definitiva, una cuestión de defensa del modelo patriarcal que estaba siendo desafiado con éxito por un Equipo de mujeres a las que había que castigar.

«El primero de los objetivos, efectivamente, lo consiguieron parcialmente. El PSOE se echó en brazos de la derecha y de la extrema derecha para sacar al consentimiento de la centralidad de la ley, y volver al esquema previo de la violencia y la intimidación. Los Rubiales con toga sonrieron.»

El primero de los objetivos, efectivamente, lo consiguieron parcialmente. El PSOE se echó en brazos de la derecha y de la extrema derecha para sacar al consentimiento de la centralidad de la ley, y volver al esquema previo de la violencia y la intimidación. Afortunadamente no llegaron a tanto como para volver a establecer la diferenciación entre abuso y agresión (al menos en lo que respecta a la denominación), pero la señal fue inequívoca: la ley dirá que todo acto sexual sin consentimiento es agresión, pero si no hay violencia e intimidación que se pueda probar, es "menos agresión". Más allá del cambio de nombre, una vuelta al esquema anterior. Los Rubiales con toga sonrieron.

Igualmente, durante la campaña electoral, no hubo nadie que no fuera de Podemos capaz de defender la Ley y los avances que había logrado establecer. Fue un tema absolutamente tabú e incluso llegamos a escuchar aquello de los amigos de entre 40 y 50 años de Pedro Sánchez, o cómo a las políticas feministas realizadas desde el Ministerio se le llegaron a llamar “feminismo de trinchera”, o cómo se repetía insistentemente aquello de que se habían cometido errores graves en la gestión de la comunicación (como si fuera fácil que tus explicaciones se abran paso de forma inmediata cuando tienes a todos los medios señalándote y a Ferreras con un contador de rebajas en directo). Cualquier cosa menos señalar lo obvio: que la ley había tocado en hueso machista y que la fiera se había revuelto y lanzado sus correspondientes zarpazos para defenderse ante semejante desafío feminista. Todo ello, claro, además de que previamente se hubiera vetado a Irene Montero de las listas electorales. Los Rubiales con toga volvieron a sonreír, la cuestión estaba exactamente donde ellos querían.

Los Rubiales con toga se veían entonces ganadores, y con razón, del desafío que habían lanzado a la ley del solo sí es sí, a la Ministra que la había impulsado, y al movimiento feminista y su deseo de cambios estructurales en general. Lo que los Rubiales con toga no sabían entonces, porque su machismo les cegaba, es que no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora, ni nada más efectivo que un Ministerio valiente que había hecho su trabajo con solvencia y efectividad. Que ni los retrocesos legislativos ni el sacar del discurso público la valoración en positivo de la ley y sus contenidos, borran la realidad. La pueden acallar, silenciar o manipular durante algún tiempo, pero no la borran. Y la realidad es que las mujeres han dicho basta a la impunidad con la que determinadas formas de violencia sexual han contado hasta ahora tanto penal como socialmente, a la cobertura entre iguales y al pacto entre caballeros que la habían sostenido y normalizado culturalmente, al tener que callarse y aguantarse cuando viven y sufren en carne propia estas violencias. Y eso, por más que se quiera poner en marcha cualquier maquinaria judicial, política o mediática, es imparable.

Por ello hoy los Rubiales con toga ya no sonríen tanto y se han vuelto a dar cuenta estos días de que, pese a la infame campaña que impulsaron contra Ley y contra el Ministerio de Igualdad, están perdiendo. Que llevan perdiendo culturalmente, en realidad, desde hace años, y que no van a poder remontar jamás.

Y por ello también, ni el segundo ni el tercero de sus objetivos antes dichos se han cumplido: ni han logrado impedir que la sociedad entienda la importancia de dar cobertura y forma legal a cuestiones como el tipificar de violencia sexual a todo acto que carezca de consentimiento —y solo determinada esa calificación por el hecho de carecer de consentimiento y nada más— y por supuesto no han logrado acabar ni política ni civilmente con Irene Montero. Es más, ahora ha sido seguramente —porque nadie esperaba lo ocurrido— cuando la todavía Ministra de Igualdad ha salido más victoriosa y más reforzada que nunca en todos estos años de mandato.

Así que mal que les pese a los Rubiales con toga y a muchos otros y otras, el consentimiento es ya una idea social y culturalmente hegemónica, y hay Irene Montero para muchos años. Los Rubiales con toga están perdiendo, y la igualdad, el feminismo y la democracia, venciendo.

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