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Regalar munición

Entender la investidura como una partida a doble o nada se ajusta a los marcos mentales del bipartidismo y obvia que el bloque plurinacional que derribó a Rajoy en 2018 sigue siendo aún hoy un grupo heterogéneo con intereses dispares más allá de la animadversión o el miedo a la ultraderecha.

25/07/2023 11:00 h

Regalar munición

Entender la investidura como una partida a doble o nada se ajusta a los marcos mentales del bipartidismo y obvia que el bloque plurinacional que derribó a Rajoy en 2018 sigue siendo aún hoy un grupo heterogéneo con intereses dispares más allá de la animadversión o el miedo a la ultraderecha.

Ayer era día de resaca feliz en las huestes de la izquierda, que respiraban aliviadas después de una campaña agitada y una noche electoral cercana al paro cardíaco. Estamos tan necesitados de victorias, aunque sean pírricas o coyunturales, que corremos el peligro de celebrar cualquier atisbo de optimismo incluso antes de que las esperanzas cuajen. Nuestros gladiadores han regresado a casa exhaustos, maltrechos y hasta mutilados después de un combate sin tregua. La alegría es saludable pero ahora viene el tiempo de tender manos generosas, regatear con astucia y no perder de vista la prudencia y la calculadora.

Animado por el clima de euforia, el periodista Antón Losada difundía un vídeo muy celebrado en el que propone modificar los términos del debate poselectoral. Sugerir que la gobernabilidad de España está en manos de Puigdemont, dice Losada, significa asumir los esquemas discursivos de la derecha. Así, Pedro Sánchez sería el único candidato con los socios necesarios para culminar una investidura y la gobernabilidad estaría en manos de esa alianza y no de Junts per Catalunya. En todo caso, los independentistas catalanes se encontrarían en una posición de debilidad porque zancadillear la proclamación de Sánchez significaría provocar un adelanto electoral favorable a PP y Vox.

El razonamiento reúne cierta lógica pero peca de los mismos excesos que pretende corregir. Entender la investidura como una partida a doble o nada se ajusta a los marcos mentales del bipartidismo y obvia que el bloque plurinacional que derribó a Rajoy en 2018 sigue siendo aún hoy un grupo heterogéneo con intereses dispares más allá de la animadversión o el miedo a la ultraderecha. No hay nada más aventurado que dar por hecha la coronación de Sánchez sin tener en cuenta que no solo hace falta un acuerdo de gobierno entre PSOE y Sumar sino que también es necesaria una acción política que contente al mismo tiempo a ERC, EH Bildu, PNV, BNG y Junts.

«Para que exista un gobierno nuevo hace falta tejer empatías sin mirar a nadie por encima del hombro. Lo contrario es regalar munición a quienes no dudarían un segundo en fusilarnos.»

El gobierno que salga de esa investidura se encontrará en posición de renqueante debilidad. En primer lugar, porque su mayoría parlamentaria será frágil y necesitará hilar con extraordinaria finura cada vez que pretenda sacar adelante cualquier ley. En segundo lugar, porque la derecha aún cuenta con poderosas herramientas de boicot, desde la mayoría del Senado hasta actores tan determinantes como el eje mediático, la judicatura, las agrupaciones policiales o los lobbies de víctimas. Incluso dentro de las filas del PSOE sigue pesando un sector reaccionario que no vio con buenos ojos la moción de censura y que echa pestes de los independentistas.

La alegría de Sumar también se tiñe de matices. Que nadie nos quite nunca el derecho a la sonrisa, pero la propia naturaleza plural de la coalición exige aún muchas cautelas. No es sensato decir que la candidatura ha naufragado pero tampoco es posible ignorar la pérdida de votos y de diputados. Yolanda Díaz viene de una negociación apresurada que ha dejado víctimas por el camino y la ausencia de Irene Montero ha ocasionado preguntas incómodas en todas las entrevistas electorales. La tentación de ignorar o arrinconar a Podemos será imposible mientras sus cinco diputados resulten determinantes tanto para la suma de la investidura como para la estabilidad del gobierno.

Regresando una vez más a Puigdemont y a Catalunya, más valdría hilvanar mayorías desde la seducción y no desde el chantaje. Ahora nos reímos porque Feijóo le pide al sanchismo una abstención para hacer realidad el proyecto de derogar el sanchismo. Una ridícula paradoja. ¿Pero qué han hecho el PSC y los comuns con Junts? El pasado mes de junio, Colau y Collboni se sirvieron de los votos del PP para desplazar a Trias porque lo consideraban un candidato conservador. ¿Con qué pirueta argumental van a reclamarle ahora a Puigdemont que respalde un gobierno de progreso contra el candidato del PP en España?

Si por fin hay gobierno Frankenstein será porque España es un Estado Frankenstein, hecho de retales que no se sienten vinculados a determinados consensos, ni a la bandera rojigualda, ni a la sacrosanta unidad territorial, ni a la Policía que apalea votantes en las calles de Barcelona, ni a los fiscales que hostigan a un eurodiputado legítimo, ni a los jueces que sueñan desde hace años con verlo entre rejas con la misma vehemencia que los prohombres del PP y de Vox. Para que exista un gobierno nuevo hace falta tejer empatías sin mirar a nadie por encima del hombro. Lo contrario es regalar munición a quienes no dudarían un segundo en fusilarnos.

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