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Palabras, palabras y más palabras

Porque la lealtad cuando todo brilla, cuando todo son celebraciones, triunfos, palmaditas en la espalda y sonrisas, es algo fácil de sostener… pero cuando las cosas se ponen crudas, la lealtad es un lujo que no nos queremos permitir.

13/06/2023 14:37 h

Palabras, palabras y más palabras

Porque la lealtad cuando todo brilla, cuando todo son celebraciones, triunfos, palmaditas en la espalda y sonrisas, es algo fácil de sostener… pero cuando las cosas se ponen crudas, la lealtad es un lujo que no nos queremos permitir.

Las palabras son herramientas, pero también son armas. Las palabras construyen, crean y destruyen. Las palabras atraen y repelen, ensalzan y desacreditan, consuelan y desaniman, calman y confrontan. Hay palabras que vuelan, pero también hay otras que tienen la capacidad de grabarse a fuego en la piel. ‘Verba volant, scripta manent’. Y en las últimas semanas hay mucho escrito, pese a que no haya tanto que decir. Es algo que se repite sin cesar: quien menos tiene que decir es, normalmente, quien más habla. Pero tanto pueden doler las palabras de quien habla para herir como las que no salen de la boca de quien debería defendernos.

Desde hace meses (y estas últimas semanas especialmente), en la calle, en los bares, en las redes, en los programas de televisión, en las tertulias improvisadas de sobremesa, en todas partes, hay palabras y silencios. Y ambos sonidos se han mezclado en el ambiente. Si te paras a escuchar, hay un zumbido constante en el aire lo suficientemente ruidoso como para resultar incómodo. ¿Puedes oírlo? Hay dos palabras que sobresalen y se repiten sin cesar: Irene Montero.

Esas palabras, ese nombre con el que los carroñeros babean y se relamen desde que en enero de 2020 se convirtiese en la segunda ministra de Igualdad de la historia de España, encabezan el cuadro de Tendencias de Twitter día sí y día también. Las escuchas en el trabajo, en el supermercado, en el gimnasio, en la radio, en el parque. Las lees en redes, en el periódico, en los grupos de Whatsapp. Palabras, palabras y más palabras. Palabras que representan sorna, insultos, golpes en la mesa. Machismo. Dedos que señalan. Culpa, prejuicios, mentiras, hipocresía, traición. Palabras, palabras y más palabras.

Mientras una escribe sobre Irene Montero, no puede evitar pensar: “la que me va a caer”. Y este temor es lo más representativo de lo que ha ocurrido y está ocurriendo: cuando en los despachos, en los medios y en las calles se grita ¡fuego! contra alguien, lo sencillo es dar varios pasos hacia un lado. Ser “sensata”, cubrirse, esconderse debajo de la mesa. No vaya a ser que la metralla te llegue a ti también. Porque la lealtad cuando todo brilla, cuando todo son celebraciones, triunfos, palmaditas en la espalda y sonrisas, es algo fácil de sostener… pero cuando las cosas se ponen crudas, la lealtad es un lujo que no nos queremos permitir.

«Irene Montero es feminismo, es humanidad, es cuidados, es valentía y generosidad. Ella y este ministerio de Igualdad pasarán a la historia. Qué menos que darle las gracias.»

Así que “mejor nos callamos”. Mejor somos equidistantes, no entramos en el juego. “Ya se cansarán de gritar, de insultar”, “ella necesita descansar”, “está quemada”, “es mejor que se retire porque no la van a dejar en paz”. Y se callan, por miedo, muchas de las personas a las que Irene ha defendido. Porque a ella no le ha podido nunca el miedo. Ella ha sido el muro que hemos tenido delante cuando nos han lanzado odio, cuando han pretendido seguir quitándonoslo todo a las mujeres, a las violadas, a las que abortan, a las bolleras y maricones, a las personas trans, a las infancias. Ella nos ha visto entre tanto ruido, nos ha nombrado (y con ello, nos ha hecho existir), nos ha defendido, ha luchado con uñas y dientes por nosotras, nos ha dado derechos. Nos ha hecho creer que todo puede ser mejor.

Y también nos ha escuchado. A todas. Porque entre todo lo que he leído en estas últimas semanas, en estos últimos meses, no he visto ni una sola mención a la capacidad de Irene Montero y del Ministerio de Igualdad de escuchar. Quizá haya quienes no lo sepan, pero me sorprende que ninguna de las decenas y decenas de personas que han sido invitadas a sentarse en el ministerio a decirle al equipo de mujeres que allí trabajan lo que opinan, lo que necesitan, sus felicitaciones y también sus críticas, estén calladas. Irene Montero se ha sentado a la misma altura, una y otra vez, de otras feministas. Nos ha preguntado, nos ha pedido ayuda. Incluso nos ha pedido perdón por sufrir las consecuencias de haberla defendido. Ha celebrado con nosotras, ha pensado con nosotras, se ha ilusionado con nosotras. La hemos visto reír. La hemos visto llorar. También, por nosotras, se ha sentado delante de ciertos micrófonos mirando directamente a los ojos del lobo y ha encajado orgullosa los golpes. Le ha dado el micrófono, calmada, a quienes se colaban en sus actos a insultarla sin argumentos una vez más. ¿Quién más ha hecho eso? NADIE.

Ella nos ha cuidado sin pedir nada a cambio. Pero no dejarla tirada, no quedarnos calladas después de haber hecho tanto por nosotras no es algo que se tenga que pedir. No es algo que nadie se merezca. Pero, después de todo, se han cedido al miedo, a la pereza, a la cobardía, a la sinrazón. Se ha cedido a las palabras. Se ha cedido a los silencios.

Irene Montero es feminismo, es humanidad, es cuidados, es valentía y generosidad. Ella y este ministerio de Igualdad pasarán a la historia. Qué menos que darle las gracias.

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