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No hay extrema derecha en España

La idea de que España ha sido ajena a la extrema derecha hasta la irrupción de Vox coincide con la historiografía oficial, que todavía hoy pinta de sólidos demócratas a aquellos que sostuvieron sin reparos los últimos despojos de la dictadura.

18/07/2023 13:22 h

No hay extrema derecha en España

La idea de que España ha sido ajena a la extrema derecha hasta la irrupción de Vox coincide con la historiografía oficial, que todavía hoy pinta de sólidos demócratas a aquellos que sostuvieron sin reparos los últimos despojos de la dictadura.

Hace muchos años, cuando las formaciones xenófobas comenzaron a brotar por toda Europa, corría por España un estribillo que se pronunciaba siempre con cierto alivio, incluso con algo de orgulloso patriotismo: aquí no hay extrema derecha porque tenemos dos grandes partidos que se turnan en el ejercicio del poder desde la moderación y el respeto democrático. Las formaciones neonazis, racistas y violentas, parecían poco más que un engendro residual, casi una tribu urbana vinculada al fanatismo deportivo y a un restringido submundo de peleas y conciertos musicales.

Cualquier politólogo honesto, sin embargo, tenía la oportunidad de oponer algunas objeciones. ¿Era cierto que España, enfangada durante cuarenta años en una dictadura de fundamentos fascistas, había dejado atrás para siempre este fenómeno? ¿Había madurado tanto la sociedad y con ella el sistema de partidos? ¿Dónde había ido a parar toda esa gente que respaldaba la obra milagrosa del Caudillo, que coreaba a conciencia sus canciones y ondeaba sus banderas, que tachaba a los antifranquistas de rojos, separatistas, alborotadores, terroristas y masones?

Todas estas dudas se despejan acudiendo al relato mágico de la Transición. La idea de que España ha sido ajena a la extrema derecha hasta la irrupción de Vox coincide con la historiografía oficial, que todavía hoy pinta de sólidos demócratas a aquellos que sostuvieron sin reparos los últimos despojos de la dictadura. Ha llegado la Constitución y ya no hay extrema derecha, señoras y señores, apenas unos pocos inadaptados como Blas Piñar y los fósiles de la vieja guardia falangista. No hay fascistas en la monarquía, ni en los parlamentos, ni en las empresas, ni en la prensa, ni en los cuerpos policiales.

El otro día, en la tertulia electoral de Al rojo vivo, Ferreras le preguntaba a Zapatero si el PSOE está dispuesto a regalar la presidencia a Feijóo y así evitar que Vox penetre en el Gobierno. Esta hipótesis, repetida más como deseo que como posibilidad, esconde un íntimo anhelo de regresar a los tiempos del bipartidismo, cuando España era un vergel sin extremismos regentado por dos grandes partidos de impecable compromiso democrático. Zapatero zanjó el asunto con un sonoro guantazo: el primer motivo de preocupación no es que Vox acceda al gobierno sino que acceda el Partido Popular. Y si no, mirad lo de Correos.

«Los medios se lamentarán y acusarán a la izquierda. Por vuestra culpa no hemos podido regresar a aquellos tiempos felices en que España no tuvo extrema derecha.»

En abril de 2022, durante su proclamación como presidente del PP, Feijóo agradeció la presencia de Regino Martín, secretario general de CCOO en Correos. “Regino es el único amigo comunista que tengo”. Hace apenas una semana, el portavoz sindical denunciaba en Telemadrid las carencias del servicio de Correos y sugería que el Gobierno de Sánchez estaba fomentando la abstención. De inmediato, Feijóo aprovechó para sembrar dudas sobre la pulcritud del proceso electoral: “Pido a los carteros, con independencia de sus jefes, que repartan todo el voto”. Vox siguió su estela reclamando un informe a la Junta Electoral.

Los nuevos populismos conservadores presentan un perfil común de islamofobia, antifeminismo, escepticismo climático y exaltación nacional. Pero ante todo, la derecha radical ha crecido sobre el fermento de los bulos virales y el negacionismo de la democracia. No es posible comprender el trumpismo sin el asalto del Capitolio igual que no es posible comprender el bolsonarismo sin el asalto del Congreso, la Presidencia y el Supremo. En España, Vox ha basado toda su oposición en cuestionar la legitimidad de Sánchez y el PP ha terminado por sumarse a la consigna. Lo que hace el presidente, dice Feijóo, “no es legítimo”.

Si los pronósticos más optimistas de Génova se cumplen, el domingo tendremos al Partido Popular como primera fuerza y es factible que Feijóo plantee una investidura en solitario, sin el lastre incómodo de Vox, poniendo la pelota en el tejado del PSOE. La artillería mediática aplaudirá la audacia y Sánchez sudará la gota gorda. Dará igual, porque Vox podrá acceder al Gobierno español a última hora igual que ha accedido al Gobierno extremeño: debilitado, relajando sus demandas, pero perpetuando su poder y su ruido.

Los medios se lamentarán y acusarán a la izquierda. Por vuestra culpa no hemos podido regresar a aquellos tiempos felices en que España no tuvo extrema derecha. Debisteis haber permitido que gobernara en solitario el Partido Popular, un partido fundado por ministros franquistas que a veces homenajea a Carrero Blanco y otras veces a los aliados nazis de la batalla de Krasni Bor. Un partido que aviva los fantasmas del pucherazo y que trasvasa miles de euros a la fabricación en serie de noticias falsas en gacetillas ultras como OK Diario o Estado de Alarma TV. El mal menor. Hay que joderse.

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