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Sin autonomía política no es posible la unidad de la izquierda

Voy a razonar en este artículo que el fetiche de la “unidad de la izquierda” se ha ido convirtiendo gradualmente en un dispositivo político-comunicativo que —quizás desde el principio, pero sobre todo en los últimos años— sirve para matar a Podemos y que, por eso mismo y paradójicamente, sirve para impedir cualquier unidad real.

31/07/2023 08:17 h

Sin autonomía política no es posible la unidad de la izquierda

Voy a razonar en este artículo que el fetiche de la “unidad de la izquierda” se ha ido convirtiendo gradualmente en un dispositivo político-comunicativo que —quizás desde el principio, pero sobre todo en los últimos años— sirve para matar a Podemos y que, por eso mismo y paradójicamente, sirve para impedir cualquier unidad real.

La primera misión que me encargó Pablo Iglesias cuando fui nombrado Secretario de Organización de Podemos a principios de 2016 fue la de armar la mayor coalición electoral de toda la izquierda (nominalmente) transformadora y no independentista de la historia de España... que se dice pronto. A pesar de su dificultad, la misión se completó con éxito y Podemos se presentó a las elecciones el 26 de junio de aquel año de la mano de IU, los Comunes (ergo ICV), Compromís, Anova, Més, Equo, PUM+J o AAeC (en la circunscripción de Huesca). Aunque el sorpasso al PSOE que pronosticaban algunas encuestas "solamente" se produjo en Catalunya, Euskadi, Nafarroa, Galiza, Canarias, Illes Balears, Comunitat Valenciana y Comunidad de Madrid, aquel domingo de junio conseguimos 71 escaños en el que sigue siendo hasta el día de hoy el mejor resultado histórico de este espacio político.

He querido empezar recordando este hecho, porque voy a razonar en este artículo que el fetiche de la "unidad de la izquierda" se ha ido convirtiendo gradualmente en un dispositivo político-comunicativo que —quizás desde el principio, pero sobre todo en los últimos años— sirve para matar a Podemos y que, por eso mismo y paradójicamente, sirve para impedir cualquier unidad real.

A continuación voy a explicar las potentes dinámicas que conducen a apuntalar tan temeraria afirmación, pero antes quería dejar claro que, en 2016 y durante muchos de los años que sucedieron a aquel, yo mismo he sido un firme defensor de la "unidad de la izquierda". Y no desde el fetichismo, sino desde un análisis racional y estratégico basado en argumentos. Entonces, ¿por qué he cambiado de opinión? Pues por el mismo motivo por el cual cambia de opinión cualquier persona en determinados momentos de la vida: porque ha ido pasando el tiempo, han ido ocurriendo cosas, se han revelado como importantes nuevos elementos, he ido aprendiendo de todo ello y los argumentos que sostenían mi antigua posición han perdido —poco a poco, pero inexorablemente— la fuerza que una vez tuvieron. Antes de desarrollar el razonamiento que apoya la tesis con la que titulo este artículo, permíteme que resuma el otro razonamiento; el que apoya la tesis contraria; el que yo he defendido durante buena parte de los últimos años y que todavía defienden —a mi juicio, erróneamente, pero casi siempre de buena fe— muchas compañeras y compañeros valiosos. Además de hacer justicia con mi yo anterior, creo que este ejercicio de contra-argumentación puede ser útil para entender mejor lo que quiero decir.

Esto escribí en mi libro "Memorias de un piloto de combate" (aunque publicado a principios de 2023, escrito mayoritariamente a mediados de 2022, antes de que se desarrollasen buena parte de los acontecimientos que han rodeado al nacimiento de Sumar):

Yo, además, pensaba —y pienso— que la unidad, lejos de ser un fetiche, es un imperativo práctico. La gente que tenemos enfrente es enormemente poderosa en términos económicos, mediáticos e, incluso, de control espurio del Estado profundo. En esas condiciones tan adversas, no resulta sensato ni inteligente desperdiciar fuerzas y posibilidades yendo separados los diferentes partidos, movimientos y personas que estamos de acuerdo en los mimbres básicos de un cierto horizonte de cambio transformador.

Este era, en pocas palabras, mi razonamiento a favor de la "unidad de la izquierda", y creo que es todavía el de mucha gente. ¿Por qué pienso, ahora, entonces, que este es un razonamiento fallido? Básicamente, porque olvida dos elementos/dinámicas que son estructurales y que tienen una enorme importancia para el espacio que solemos llamar "izquierda", dos claves que se han hecho más y más evidentes con el pasar de los años: la existencia de —al menos— dos almas en la izquierda en su relación con los poderes fácticos (una partisana y una transaccional) y la preferencia clarísima de una gran mayoría del poder mediático (y económico, y político) por una de esas dos almas en detrimento de la otra.

Me explico, y vamos con el primer elemento: las dos almas.

Creo que, a estas alturas, ya es completamente evidente para cualquier observador mínimamente informado que hay —al menos— dos formas de "ser izquierda". Una que confronta con el verdadero poder establecido y otra que en los momentos clave transa con él. Una que quiere transformar los cimientos del sistema (monarquía, judicatura, ejército, medios de comunicación, iglesia) en clave republicana y radicalmente democrática —y como única manera de hacer permanentes los avances sociales— y otra que piensa que solamente tiene que ocuparse de "las cosas de comer". Una que está dispuesta a decir la verdad sobre los poderosos, citándolos con nombres y apellidos, y otra que prefiere "no hacer ruido" para no recibir la venganza de los cañones mediáticos. Una que pone pie en pared cuando el furor bélico otanista aplasta en las tertulias al "no a la guerra" y otra que se muestra a favor del envío de armas a las órdenes de EEUU, no sea que Ferreras se vaya a enfadar. Una que protege a sus compañeras cuando los reaccionarios lanzan una campaña de violencia política contra ellas y otra que se pone de perfil y las deja —o las hace— caer.

En mi antiguo razonamiento, hablaba de "los diferentes partidos, movimientos y personas que estamos de acuerdo en los mimbres básicos de un cierto horizonte de cambio transformador". El problema es que estar de acuerdo en un cierto horizonte de cambio es algo meramente declarativo, es algo inmaterial y que, por lo tanto, no compromete a nada. En mi opinión, para ser capaces de conseguir verdaderas transformaciones materiales y democráticas, no basta con atesorar en nuestro corazón un cierto horizonte. Ni siquiera basta con decirlo públicamente o con escribirlo negro sobre blanco en un programa. O se está dispuesto a confrontar con los violentos poderes fácticos que no quieren que nada cambie y que van a responder a dicha confrontación con el intento de destrucción política y reputacional del pobre de aquel que se haya atrevido a mirarles a los ojos, o nada estructural se va a poder cambiar. Quizás los diferentes actores de eso que llamamos "izquierda" estemos "de acuerdo en los mimbres básicos de un cierto horizonte de cambio transformador" —aunque incluso sobre esto tenga mis dudas, aceptemos de momento "barco" como animal de compañía—, pero lo que es clarísimo es que existen al menos dos maneras muy diferentes de intentar caminar hacia ese horizonte.

Aquí, tú que me lees puedes tener una discrepancia perfectamente legítima conmigo: puedes opinar que es imposible llegar a cambiar nada si uno se dedica a confrontar abiertamente con los poderosos; puedes opinar que lo más inteligente estratégicamente es exhibir un perfil más conciliador y más suave para que se nos abran las ventanas mediáticas y el viaje sea un poco más fácil. Yo creo que el mayor éxito histórico de eso que llamamos "izquierda" ha sido la formación del primer gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia y que eso se consiguió haciendo todo lo contrario, pero respeto que puedas pensar diferente a este respecto. Lo que es completamente incontrovertible y no admite debate es que hay —al menos— dos almas en la izquierda y que su praxis política y comunicativa es completamente distinta.

OK, dirás. Hay dos almas. Eso es innegable. Pero, ¿por qué eso hace que la "unidad de la izquierda" —la unidad entre estas dos almas y alguna más— sea una mala idea? ¿Por qué, incluso para una persona que —como yo— piensa que la única estrategia que puede conseguir transformaciones profundas es la estrategia más partisana, no puede ser una buena idea que ambas estrategias puedan convivir en la misma casa y tener un debate sano, abierto y enriquecedor entre las dos respecto de qué camino se debe seguir?

Ahora voy a eso. Pero antes, una matización. Cuando hablo de las estrategias partisana y transaccional de las dos almas de la izquierda, me refiero, como he dicho antes, a su relación con el poder establecido; no a su relación con las demás izquierdas o incluso con el PSOE. Paradójicamente —o quizás no tanto—, ha sido la izquierda partisana de Podemos la que logró en 2016 el acuerdo electoral más exitoso hasta la fecha, la que consiguió el primer gobierno de coalición, la que incluyó ministros y ministras de otros partidos del espacio en ese gobierno sin tener obligación de hacerlo y la que trabajó para cristalizar una mayoría parlamentaria progresista y plurinacional que ha permitido aprobar más de 200 leyes. Paradójicamente —o quizás no tanto—, es la izquierda partisana, la que no transa con los periodistas corruptos, ni con los grandes poderes económicos, ni con la facción más reaccionaria del poder judicial, la que pone pie en pared cuando el PSOE insiste en mirar hacia su derecha, la que ha sido al mismo tiempo capaz de tejer los mayores acuerdos para avanzar los derechos de los de abajo y producir las mayores transformaciones. Porque, para conseguir negociaciones valiosas, hace falta tener la voluntad de disputar el poder y estar dispuesto a usarlo una vez que se ha conseguido.

Dicho esto, ahora sí. Segundo elemento fundamental que explica y respalda la tesis principal de este artículo: la preferencia clarísima —y militante— de la gran mayoría del poder mediático (y económico, y político) por el alma transaccional de la izquierda.

Esto, de nuevo, es un hecho. Tú que me lees puedes discrepar conmigo respecto de los motivos que hay detrás y respecto del análisis de sus consecuencias, pero lo que no admite ningún tipo de debate es la realidad innegable del muy diferente trato mediático que ha recibido durante estos años —por ejemplo— Podemos y sus líderes frente al que han dispensado a los diferentes representantes del otro alma de la izquierda que han ido sacando consecutivamente la cabeza con el transcurso de los acontecimientos. Un artículo que repasase de forma exhaustiva la correspondiente hemeroteca superaría tranquilamente las 100 páginas. Como esa no es mi intención, baste exhibir un botón para traer a la memoria la naturaleza de la amplísima muestra: Ferreras diciendo a Villarejo que difundió la basura falsa de las cloacas de la cuenta en Granadinas de Pablo Iglesias sabiendo que era falsa y a pocas semanas de las elecciones de 2016 vs. Ferreras difundiendo una "encuesta" que decía que el nuevo partido de Errejón —que todavía ni siquiera existía— podría llegar a obtener más del 20% de los votos en la repetición electoral de 2019 (obtuvo la décima parte) tras escindirse de Podemos.

«Esta preferencia absolutamente evidente —y militante— de la gran mayoría del poder mediático (y económico, y político) por el alma transaccional de la izquierda tiene que ver con que conocen perfectamente la poca o nula capacidad de transformación que ésta puede desplegar y la consideran, en última instancia, una pequeña molestia funcional al statu quo precisamente porque nunca va a conseguir cambiar nada estructural.»

Yo creo que esta preferencia absolutamente evidente —y militante— de la gran mayoría del poder mediático (y económico, y político) por el alma transaccional de la izquierda tiene que ver con que conocen perfectamente la poca o nula capacidad de transformación que ésta puede desplegar y la consideran, en última instancia, una pequeña molestia funcional al statu quo precisamente porque nunca va a conseguir cambiar nada estructural. Incluso estoy bastante seguro de que existen pactos explícitos, pero ocultos, de no agresión a este respecto. En mi antiguo razonamiento, escribía que "la gente que tenemos enfrente es enormemente poderosa en términos económicos, mediáticos e, incluso, de control espurio del Estado profundo." El problema es que todo apunta a esa gente tan poderosa solamente la tenemos enfrente una de las dos almas de la izquierda, pero la otra no.

Tú que me lees puedes pensar legítimamente que, a lo mejor, los poderes mediáticos tratan bien a la parte más transaccional de la izquierda no porque la vean como funcional al sistema o porque tengan un pacto de no agresión sino porque ésta no critica a los periodistas —es decir, calla cuando los periodistas mienten, manipulan o difunden odio— y eso sitúa su relación en unos términos más cordiales. Yo he vivido en primera persona el pasar de ser elogiado por los poderes mediáticos cuando me enfrenté a Pablo Iglesias en Vistalegre 1 a ser brutalmente vilipendiado cuando descubrieron que me había convertido en una de sus manos derechas... y todo esto sin que yo hubiese cambiado en nada mi trato hacia los periodistas, así que ahí tenemos que discrepar. Pero, más allá de las razones y los objetivos, la diferencia de trato mediático que se dispensa a las dos almas de la izquierda es un hecho incontestable que no admite debate.

Y es por estos dos hechos relevantes y profundos —por la existencia de dos almas en la izquierda y por el trato diferenciado que reciben cada una de ellas por parte del poder mediático (y económico, y político)— por lo que la "unidad de la izquierda" ha devenido en un dispositivo que sirve para matar a Podemos reduciendo su autonomía política.

La dinámica mediante la cual este mecanismo tiene lugar es sencilla de explicar y está a la vista de todo el mundo: si, en algún momento de la historia, el espacio político que llamamos "izquierda" es dirigido por el alma más partisana y transformadora, entonces, los poderes fácticos se dedican a trabajar sin descanso para, con una mano, intentar destruir a dicha dirigencia y, con la otra, proyectar e impulsar a cualquier adversario interno o externo perteneciente al alma más centrista y transaccional de la izquierda que tenga deseos de disputarles el liderazgo. Palo y zanahoria, premio y castigo, las 24 horas del día, todos los días del año, en todas las portadas, en todas las emisoras y en todas las pantallas. Una fina llovizna de ácido que va ejerciendo su efecto disolvente siempre en la misma dirección hasta que las aguas vuelvan a su cauce.

Esto no solamente lo hemos visto en todo lo que rodea a Podemos. Esto fue lo que le hicieron a Julio Anguita con la "Nueva Izquierda" de Cristina Almeida y Diego López Garrido, que acabó integrándose en el PSOE. Esto fue lo que le hicieron también a Mónica Oltra, dejando finalmente en bandeja el control de Compromís al sector centrista y transaccional del Bloc de Baldoví. Pero es en el caso de Podemos donde esta dinámica se ha observado con mayor crudeza a lo largo de estos años. Primero con la corriente errejonista en el interior del partido y el apoyo de la gran mayoría de los poderes fácticos a la misma durante el segundo congreso de Vistalegre 2, después con la propulsión sin complejos del nuevo partido de Errejón nacido de la escisión en las elecciones de noviembre de 2019 y, más recientemente, con todo lo que tiene que ver con la coalición con Sumar. El ataque constante al alma más partisana y transformadora de la izquierda a la vez que se procuran todo tipo de cuidados mediáticos al alma más centrista y transaccional conlleva caminar en todo momento con 40 kilos de piedras en la mochila. Todo el tiempo teniendo que dedicar energías y recursos a combatir los ataques contra los y las dirigentes más valientes mientras que esos mismos poderes mafiosos que lanzan los ataques hacen crecer y dan relevancia a cualquier "alternativa moderada" que se preste a ello.

Y es aquí cuando la "unidad de la izquierda" funciona como un dispositivo para matar a Podemos. La dinámica es muy fácil de explicar una vez que hemos sentado las bases. En un contexto en el que existen al menos dos almas en la izquierda —una partisana y transformadora y la otra centrista y transaccional— y en el que la inmensa mayoría de poderes mediáticos (y económicos, y políticos) trabajan para destruir a la primera y propulsar a la segunda con el objetivo de que las aguas vuelvan a un cauce mucho más favorable al mantenimiento del statu quo, situar la "unidad de la izquierda" como un requisito político ineludible equivale no sólo a colocar en pie de igualdad a estas dos almas —algo, de entrada, profundamente injusto y de muy poco rigor analítico e intelectual— sino, además, a limitar muy severamente la autonomía política del alma partisana y transformadora, cargándola con 40 kilos de piedras en la mochila y atándole las manos en la espalda.

A pesar de las maniobras muy poco éticas del sector errejonista de Podemos en Vistalegre 2, a pesar del intento de asaltar el poder por vías no democráticas que ellos mismos denominaron "Mate Pastor", la fuerza del fetiche hizo que la militancia corease en aquel congreso "unidad, unidad". El sector dirigente en torno a Pablo Iglesias intentó sin duda esa unidad, pero la potente dinámica política y mediática descrita en este artículo siguió operando y produjo una segunda conspiración —el "pacto de las empanadillas"— que provocó la escisión definitiva y la pérdida de la ciudad de Madrid. No es para mí casualidad que el mayor logro de la izquierda en los últimos 80 años, la formación del gobierno de coalición que más avances sociales ha conseguido en décadas, se produjese cuando está facción centrista y transaccional estuvo definitivamente fuera de Podemos, cuando el mantra de la "unidad" dejó de corearse y el alma partisana recuperó una buena parte de su autonomía política para poder desarrollar su potencial transformador. Por cierto, el alma centrista y transaccional, finalmente escindida, obtuvo apenas algo más del 2% de los votos y dos escaños en las elecciones de noviembre de 2019. Unos años después, en las elecciones andaluzas, el mismo requisito adamantino de la "unidad de la izquierda" sirvió para relegar —en una mesa camilla, en un despacho sin ventanas— al candidato de Podemos, el guardia civil Juan Antonio Delgado —votado por miles de personas en unas primarias—, y poner al frente de la candidatura al alma más centrista y transaccional, que llegó a decir que habría que abstenerse para investir al PP si eso dejaba a VOX fuera del gobierno, y condujo a nuestro espacio político al peor resultado en Andalucía desde que nació Podemos.

La misma dinámica la hemos vuelto a ver en la conformación de la candidatura a las elecciones generales liderada por Yolanda Díaz y Sumar. La "unidad de la izquierda" ha servido en este caso para forzar un acuerdo-trágala para reducir a su mínima expresión al alma partisana y transformadora nacida del 15M y representada por Podemos, al mismo tiempo que se concedía una injustificada sobrerrepresentación a todo tipo de actores centristas y transaccionales en el espacio que los morados habíamos dejado libre. ¿Sirvió esto, por lo menos, para aumentar el apoyo electoral? La respuesta es que tampoco —se perdieron 700.000 votos y siete escaños—, y eso que el trato mediático durante la campaña fue infinitamente más amable que el que la coalición habría recibido si hubiese estado liderada por Podemos. La coalición de más de 15 partidos (la mayoría muy pequeñitos pero todos en "unidad") obtuvo el peor resultado histórico del espacio desde que nació Podemos.

Muchas veces nos han preguntado cuál ha sido nuestro principal error, y muchas veces hemos contestado que las divisiones internas. Pues bien, yo creo ahora —y después de todo lo aprendido— que nos hemos equivocado contestando eso. Las divisiones internas son inevitables cuando la inmensa mayoría del poder mediático (y económico, y político) se va a dedicar permanentemente a propulsar a cualquier elemento centrista y transaccional que tenga la suficiente ambición y se postule para disputar el poder del espacio al alma partisana y transformadora (o para matarla definitivamente después de haber conseguido el poder). Nuestro principal error no ha sido ese porque evitarlo no ha estado nunca en nuestra mano. Nuestro principal error ha sido el de no impugnar la idea de la "unidad" estratégica con actores que tienen una praxis política mucho más cercana a la de la socialdemocracia del PSOE —por mucho que su programa, sobre el papel, sea distinto— que a la nuestra. Una cosa es la posibilidad de poder alcanzar acuerdos electorales cuando eso se estime tácticamente conveniente (por ejemplo, debido al carácter provincial de la circunscripción electoral en las elecciones generales), pero otra cosa muy diferente es apelar a una suerte de "unidad" política que vaya más allá; que se extienda a lo estratégico. Y es otra cosa muy diferente porque se trata de una idea de "unidad" entre dos formas de hacer política que son muy distintas y que, precisamente por ello, lanza un mensaje muy antipedagógico a la ciudadanía. A la gente hay que decirle la verdad. Además y por último, se trata de una idea de "unidad" que limita enormemente la autonomía política —y, por lo tanto, la capacidad transformadora— del alma más partisana de la izquierda. ¿Y dónde acaba el alma más partisana de la izquierda —dónde acaba Podemos— si le roban su capacidad de transformar? Pues obviamente, en el cementerio de la política.

Como dicen los matemáticos y, por extensión, también decimos los físicos: quod erat demostrandum.

Y una coda. Incluso si tú que me lees prefieres el estilo más centrista y transaccional, incluso si piensas legítimamente que esa es la mejor manera de avanzar, yo te respeto y respeto que tu forma de hacer política pueda expresarse y pueda tener una oportunidad. Lo que me resulta muy difícil de entender es que, desde una posición supuestamente negociadora y dialogante, se niegue la autonomía política del alma partisana de la izquierda, se la inste a callarse y se la conduzca —de esta manera— a su final. Si eso es la "unidad de la izquierda", entonces habrá que hacer otra cosa.

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