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Indiana Jones contra los nazis

Ya es triste que una película de entretenimiento, colofón de una saga mítica que se alarga cuatro décadas, venga a advertirnos del peligro que se cierne otra vez sobre Europa.

15/07/2023 08:23 h

Indiana Jones contra los nazis

Ya es triste que una película de entretenimiento, colofón de una saga mítica que se alarga cuatro décadas, venga a advertirnos del peligro que se cierne otra vez sobre Europa.

Todavía recuerdo el entusiasmo de sentarme con catorce añitos en el difunto cine Palafox de Madrid, junto a mi prima María José y mi hermano Dani, y ver el icónico monte de la Paramount fundiéndose con la montaña donde Indiana Jones busca un ídolo inca. Fueron dos horas de felicidad absoluta, hipnotizado ante una pantalla que hervía de emoción entre carreras angustiosas, puñetazos, disparos, golpes de látigo, persecuciones delirantes y réplicas inolvidables. “¿Dónde voy a encontrar ahora un adversario digno de mí?” le pregunta su némesis. “Prueba en las cloacas” dice Indy. En busca del arca perdida, el primer e inolvidable lance de Indiana Jones, fue el descubrimiento de un héroe sin mácula, un tipo que combinaba la pasión científica con el amor por la aventura, que no tenía el menor reparo en dejar atrás la lupa y los libros para calzarse la chupa de cuero y el sombrero fedora y arriesgar la vida en pos de un sueño.

Con los años uno descubría que había unos cuantos puntos flacos en la impecable armadura de Indiana Jones, empezando por el porte colonialista de un aventurero que saquea tesoros arqueológicos en países tercermundistas con el fin de decorar un museo en Washington. En correspondencia con esa codicia por lo ajeno, el compositor John Williams modeló la irresistible fanfarria de Indiana Jones en sospechosa coincidencia con el tema principal del poema sinfónico Don Juan, de Richard Strauss. Es de sobra conocido que Williams ha trincado sin pudor alguno del repertorio clásico, de aquí y de allá (Stravinski, Holst, Elgar, Prokófiev, Dvórak, Korngold, Copland), a la hora de tapizar sus magníficas bandas sonoras (hasta el punto de que más de un artículo en diarios españoles denunciando estos plagios no hace más que plagiar descaradamente un viejo artículo mío en la extinta web de Cuartopoder).

«Pero la disyuntiva nunca fue entre comunismo y nazismo, sino entre libertad y fascismo, entre verdad y mentira, entre vida y muerte.»

Sin embargo, no cabe duda alguna de que el doctor Jones contaba con todas las simpatías de la audiencia desde el momento en que se enfrentaba a los ejércitos de Hitler. Hay que ser un auténtico malnacido para ponerse del lado de los nazis, ya sea en el frente del Este, con las tropas soviéticas desangrándose día a día en la batalla de Stalingrado, o en las playas de Normandía, manchadas para siempre con el sacrificio de los miles de muchachos estadounidenses, canadienses y británicos que dieron su vida por salvar a Europa del monstruo del fascismo. El fascismo es el mal absoluto, el cáncer de la civilización occidental, y el doctor Jones terminó por conseguir la inmortalidad tras beber del Santo Grial en Indiana Jones y la última cruzada, donde nuevamente debe vencer a los nazis. Sus otros adversarios –malvados sacerdotes indios en la magnífica Indiana Jones y el templo maldito, agentes soviéticos en la decepcionante Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal— lo son circunstancialmente, sólo porque andaban por allí; de ahí que en esta última y definitiva entrega –suponemos, dada la edad de Harrison Ford— Indy haya vuelto a enfrentarse a su primer enemigo, esta vez emboscado en uno de los tantos científicos nazis que se mimetizaron en los laboratorios de la NASA.

Ya es triste que una película de entretenimiento, colofón de una saga mítica que se alarga cuatro décadas, venga a advertirnos del peligro que se cierne otra vez sobre Europa, esa oleada de neofascismo que repite todos los mantras de los viejos monstruos de los años veinte: culto a la tradición, miedo al progreso, fobia al inmigrante, odio a otras razas, homofobia, machismo, exaltación del nacionalismo rancio. Todo ello está bien representado por Vox, una formación política que no tuvo el menor empacho en acogerse bajo las siglas de una revista de propaganda nazi (llamada precisamente así, Vox), editada en Alemania desde 1933 a 1945 y financiada y distribuida por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Tercer Reich. Hay que reconocer que Abascal y sus mariachis hipócritas no son: presumen de fascismo hasta en la cabecera, no hace falta rebuscar mucho. Pero la disyuntiva nunca fue entre comunismo y nazismo, sino entre libertad y fascismo, entre verdad y mentira, entre vida y muerte. Te lo dice Indiana Jones, que de comunista tiene poco.

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