Image

Homo centralis

Al Homo centralis le gustaría ser la red en los partidos de tenis, el equilibrista en el circo, la espada salomónica que reparte el bebé entre dos madres. Ni con los unos ni con los otros. Ni por exceso ni por defecto.

04/07/2023 14:04 h

Homo centralis

Al Homo centralis le gustaría ser la red en los partidos de tenis, el equilibrista en el circo, la espada salomónica que reparte el bebé entre dos madres. Ni con los unos ni con los otros. Ni por exceso ni por defecto.

Existe una subespecie de homínidos que siempre ha vivido entre nosotros pero que ahora, en tiempos de pavor e incertidumbre, ha proliferado como la mala hierba para cumplir el destino histórico que le ha sido encomendado. El Homo centralis es un ser mesurado e incorruptible, ecuánime en las distancias, alérgico a los bordes y siempre dispuesto a encontrar el término medio que divide el mundo en dos mitades. Le gustan los meridianos. El café, descafeinado. La leche, deslechada. Ni tanto ni tan calvo, ni chicha ni limoná. Su día de la semana es el jueves y cuando llega el invierno sonríe aliviado con el termómetro en ristre. Cero grados: ni frío ni calor.

Al Homo centralis le gustaría ser la red en los partidos de tenis, el equilibrista en el circo, la espada salomónica que reparte el bebé entre dos madres. Ni con los unos ni con los otros. Ni por exceso ni por defecto. Equidistante a carta cabal. El problema, sin embargo, comienza cuando el viento se revuelve y las certezas flaquean. Entonces el Homo centralis pierde su centro de gravedad, da un traspiés y empieza a cojear siempre de la misma pierna. Escorado y caedizo como la torre de Pisa, lo vemos buscar a tientas la escuadra y el cartabón y lo escuchamos aullar desesperado. Miradme bien, soy el de siempre, sigo siendo tan neutral como Suiza.

De pronto suenan campanas en Francia y el Homo centralis alza las orejas como un podenco ante una liebre. Sabe que un policía ha reventado a un chaval de un balazo en el pecho. Sabe también que hay un follón de cuidado y que las calles resplandecen en un remolino de gritos y de fuego. El Homo centralis se sopla el flequillo, se acaricia la barbilla con una expresión meditativa y laza al aire una pregunta. ¿Dónde se esconde el justo centro de este tinglado? Puede ser, nadie lo sabe, que el disparo policial tuviera un sesgo étnico. ¿Pero eso justifica la protesta? ¿Acaso no hay racismo contra el blanco? ¿Nadie recuerda, qué sé yo, las matanzas yihadistas? Templanza, por favor. Templanza.

«Pero qué puede decir el Homo centralis, que quiere ser siempre la equis de la quiniela, ni de arriba ni de abajo, ni de izquierdas ni de derechas, traficante de balanzas, palanganero del capital, tonto inútil a jornada completa, qué bien se duerme sabiendo que nunca jamás te clavará un tiro un policía. »

El Homo centralis repudia las algaradas porque nos alejan de la civilización y nos sumergen en la barbarie. ¿Qué clase de sociedad permite que se confundan la libertad y el libertinaje? ¿Qué diantres es este revuelo, este alarde licencioso, esta sanjuanada sin timón ni freno? ¿Podemos permitirnos un sindiós de este calibre cada vez que un policía sale a patrullar con el gatillo flojo? ¿No es cierto que la democracia francesa os ofrece cada cinco años una urna igual que un supermercado os ofrecería un buzón de sugerencias? ¿Qué os impide elegir a los políticos que habrán de seguir tratándoos como un residuo social, como un escombro, como una mierda?.

El pobre sueña con la dignidad y el Homo centralis sueña con el orden, ese orden que reinaba hace apenas dos semanas, cuando el Gobierno francés ilegalizó a los ecologistas de Lés Soulèvements de la Terre. En el orden idílico de la idílica República francesa, Macron firma a las bravas una reforma de las pensiones y los agentes defienden su legítimo derecho al disparo, no con juguetes de fogueo sino con balas homicidas. Quién pudiera regresar al orden del pasado año, cuando la Policía dejó trece cadáveres sobre el asfalto en circunstancias similares a las de Nahel pero sin saqueos ni tumultos. Ya va siendo hora de que aprendáis a morir en voz baja.

Que nadie confunda, por el amor de Dios, al Homo centralis con un vulgar ultraderechista. Al fin y al cabo, el nazi es un descerebrado que no atiende a pruebas ni a razones. El Homo centralis, en cambio, puede defender argumentos igualmente montaraces pero con un vocabulario mucho más refinado y un insobornable sentido de la justicia. Hay muchas formas de llamar a los barrios “estercoleros multiculturales” sin palabras hirientes ni espumarajos falangistas. Hay muchos modos de reclamar que la Unión Europea se convierta en la reserva espiritual de Occidente sin parecer el sobrino tarado de Éric Zemmour.

Y es que el buen Homo centralis añora el imperio del orden más por el imperio que por el orden, pues no hay forma de comprender la actualidad de Francia sin reconocer su historia colonial y sus saqueos contemporáneos. Hay tanquetas en la periferia de los barrios igual que hay tanques en la periferia de la metrópoli, en geografías de nombres exóticos que apenas merecen unas columnas de curiosidad en nuestros periódicos. Mientras África agoniza en desbandadas migratorias, Francia despliega sus soldados en Níger. La electricidad nuclear francesa solo es posible gracias al uranio de un país donde la inmensa mayoría de la gente no tiene acceso a un enchufe.
Pero qué puede decir el Homo centralis, que quiere ser siempre la equis de la quiniela, ni de arriba ni de abajo, ni de izquierdas ni de derechas, traficante de balanzas, palanganero del capital, tonto inútil a jornada completa, qué bien se duerme sabiendo que nunca jamás te clavará un tiro un policía.

Te puede interesar
Te puede interesar