Génova no paga traidores
Si yo fuera Feijóo vigilaría mis espaldas. Igual que rodó la cabeza de Casado, rodará la suya en cuanto se descuelgue un solo milímetro del PP capitalino, que no necesita pactar con Rocío Monasterio porque la supera con creces en populismo autoritario y en extravagancias discursivas.
Lo he visto en las redes sociales porque Madrid me pilla bastante lejos. En el barrio de Salamanca, ocupando una fachada señorial, un panel electoral de Podemos muestra el rostro satisfecho de Tomás Díaz Ayuso bajo una frase pronunciada por Pablo Casado hace ahora más de un año en la COPE: “La cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían en España 700 personas, se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000€ de beneficio por vender mascarillas”. Estas declaraciones, disponibles aún en la cuenta de Twitter del Partido Popular, fueron el testamento político de Casado. Isabel Díaz Ayuso y sus guillotinas mediáticas tardaron un suspiro en decapitarlo.
Me interesa esta campaña de Podemos porque cuenta una historia, la historia de una traición y un fratricidio, un motín sin precedentes que convirtió los despachos peperos en un hervidero de rencores y puñaladas traperas. Por un momento, la memoria nos devuelve a aquellos días de incertidumbre en que la calle Génova respondió a la confabulación levantando un bosque de pancartas. Vimos a multitudes gritonas que unieron sus indignaciones no para denunciar los trapicheos de la presidenta de la Comunidad de Madrid sino para pedir la cabeza de aquel que había cometido la insolencia de denunciarlos.
Aunque es una historia conocida, llama la atención lo rápido que nos hemos olvidado de ella. La prensa conservadora —si es que aún queda prensa que no sea conservadora— apostó por pasar página y vendernos la moto del nuevo jefe de filas de la oposición, un Alberto Núñez Feijóo curtido en la veteranía de las poltronas gallegas, un líder refrescante que vendría a rescatar al PP de la podredumbre casadista. Las cabeceras repitieron con un servilismo mimético el estribillo de la moderación, Feijóo el moderado, Feijóo el sobrio, el gestor calmo y templado que nada tendría que ver con las mamarrachadas ultraderechistas.