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EFE/ Juan Carlos Hidalgo

El feminismo al punto, como los chuletones

El feminismo que defiende a Ana Patricia Botín mola mucho, pero el feminismo que defiende a la mujer que limpia el despacho de Ana Patricia Botín siempre va demasiado lejos.

20/06/2023 10:38 h

El feminismo al punto, como los chuletones

El feminismo que defiende a Ana Patricia Botín mola mucho, pero el feminismo que defiende a la mujer que limpia el despacho de Ana Patricia Botín siempre va demasiado lejos.

Hace unos diez años, en un tren camino a Córdoba, viví uno de los episodios sociológicos más deslumbrantes que he vivido a lo largo de mi vida. Una señora de mediana edad se sentó enfrente de mi asiento y nos pusimos a hablar de su país, Argentina. La señora, médica de profesión y habitante en la zona norte de Buenos Aires, donde duermen las rentas más altas de un país en el que hay barrios populares sin agua potable y sin asfaltar, se puso a echar espuma por la boca sobre Cristina Fernández de Kirchner, la expresidenta argentina allá por el año 2013.

Yo, que por entonces no sabía apenas nada de Argentina, me callé y pregunté ingenuamente por qué le causaba tanta bronca la presidenta. La señora saltó del asiento del tren y se puso a vociferar: “Es una yegua hija de puta, ahora ya no podemos contratar ni mucamas”. Me quedé perplejo de la violencia que esa señora expresaba con su mirada, su gestualidad y su verbo encendido.

Una señora, médica de profesión y con el dinero suficiente para estar un mes viajando por Europa, querría matar en ese momento a la presidenta de su país por haberle dado derechos a las mucamas, que es la forma despectiva que en Argentina se usa para llamar a las empleadas de hogar que, por cuatro pesos, a veces internas sin derecho siquiera a la luz del sol, cuidan y limpian lo que las clases privilegiadas ensucian.

Al bajarme del tren llamé corriendo a mi amigo Joaquín Sovilla, argentino afincado en Sevilla desde más de 20 años. Le relaté la escena y le pregunté qué había hecho Cristina Fernández de Kirchner con las empleadas de hogar. Mi amigo Joaquín me pasó directamente la ley de empleadas domésticas que recién acababa de promulgar Cristina Fernández de Kirchner. La ley iba demasiado lejos para un país donde las clases dominantes trataban a las mucamas como si fueran esclavas.

La puta yegua de Cristina otorgó a poco más de un millón de trabajadoras del hogar, las últimas de los últimos en un país donde la desigualdad muerde, el mismo régimen laboral que para el resto de los trabajadores: vacaciones pagadas, pagas extras, permiso de maternidad, por matrimonio, muerte de un familiar, días libres para hacer exámenes de estudios reglados, baja por enfermedad, indemnización por despido y una jornada de trabajo de 48 horas semanales como máximo. ¡De 48 horas!

Para más inri, la ley prohibía que las empleadas de hogar fueran despedidas durante el embarazo, las jornadas laborales no podrían ser mayor de ocho horas al día, obligatoriamente deberían tener un descanso seguido de 35 horas por semana a partir del sábado a las 13 horas. Las empleadas internas, que muchas de ellas duermen en los garajes de las casas lujosas de los pudientes, debían descansar obligatoriamente 9 horas consecutivas por día.

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Es decir, se acabó llamar a la mucama por la noche para que cuneara al niño o paseara los perros de los señores a cagar o mear al jardín. Cristina Fernández de Kirchner fue tan lejos que incluso obligó por ley a que las empleadas internas tuvieran una habitación privada, amueblada e higiénica y un salario mínimo regulado por el Ministerio de Trabajo.

La presidenta argentina fue demasiado lejos en su lucha por la igualdad y esa señora que yo me encontré en el tren estaba enojada porque se sentía víctima de una puta yegua que había ido demasiado lejos en la igualdad. Eso de la igualdad queda muy bonito para los manifiestos del 8 de marzo, para los documentos de los congresos del partido que nadie lee, para el cine y la literatura o para las conferencias de señoras ilustradas en cursos universitarios de verano donde hablan de la igualdad sin verbo. Cristina Fernández de Kirchner llegó tan lejos que los poderes mediáticos, voceros del poder económico, han lanzado contra ella un odio a escala industrial, hasta conseguir que estuvieran a punto de asesinarla a punta de pistola en plena calle. Así funciona el Estado profundo contra quienes no se dejan domar por los que mandan de verdad.

A los privilegiados siempre les gusta habla de la igualdad sin verbo, porque si la igualdad tiene verbo entonces sus privilegios mueren. Cuando los ricos piensan en los pobres siempre piensan en pobreza, por eso lo primero que hace un rico para atacar a un trabajador que se manifiesta es mandarlo a trabajar o acusarlo de que tan pobre no será cuando tiene teléfono móvil. El único destino que un privilegiado le otorga a los oprimidos es la explotación. Si vienes de abajo no puedes vivir en un chalé, no puedes tener coche, no puedes tener un iPhone, no puedes ascender socialmente, no puedes comer marisco ni, mucho menos, irte de vacaciones en verano. No puedes ser como los privilegiados que hasta la pobreza de los otros les es útil para divertirse a costa de los pobres en los rastrillos y cenas benéficas que organizan para hacer ostentación de sus privilegios. Pasará a los anales de la infamia del periodismo patrio las portadas que se publicaron para denunciar la semana de descanso en Almería que se tomó Manuela Carmena el mismo año que fue elegida alcaldesa de Madrid. ¡A Almería!

«Las luchas que molestan a los privilegiados funcionan como las heridas que escuecen cuando se les echa agua oxigenada.»

El feminismo de Irene Montero ha ido demasiado lejos para Pedro Sánchez porque ha tomado tierra, porque el relato de los manifiestos, los documentos de los departamentos universitarios y la teoría barata de los congresos se ha hecho carne, se ha hecho realidad. Por primera vez el feminismo ha servido a las mujeres de abajo y no sólo a las catedráticas, a las que cobran jugosos honorarios por impartir conferencias ilustres y a las miembros de los consejos de administración del IBEX-35. El feminismo que defiende a Ana Patricia Botín mola mucho, pero el feminismo que defiende a la mujer que limpia el despacho de Ana Patricia Botín siempre va demasiado lejos.

Si algo ha conseguido el feminismo popular que se adueñó de la agenda política el 8 de marzo de 2018 es que el relato haya saltado por la ventana, para tomar tierra y hacerse realidad. Y eso, en una sociedad profundamente desigual, donde la igualdad que se permite es una carta otorgada de derechos -otorgada por los privilegiados, faltaría más-, es ir demasiado lejos.

Cómo se le ha podido ocurrir a una ministra abrir el debate sobre la violencia que sufren las mujeres embarazadas, cómo se ha podido atrever a aprobar una ley para que las mujeres trans dejen de ser un chiste y seres aberrantes para la sociedad biempensante, cómo se le ha podido ocurrir otorgar 16 semanas de permisos de maternidad y paternidad por obligación, cómo se le ha podido ocurrir firmar el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo para que las empleadas de hogar tengan derechos laborales, cómo se le ha podido ocurrir legislar para que España sea el primer país del mundo con bajas por reglas dolorosas.

Cómo se le ha podido ocurrir a Irene Montero abrir debates para que se termine bajando el IVA de los productos de higiene femenina, cómo se le ha ocurrido obligar a la sanidad pública a atender abortos con el dineral que ganaban las clínicas privadas abortistas, un lobby afín al PSOE y que por esa razón para los socialistas nunca ha sido una prioridad en 40 años que los abortos se pudieran llevar a cabo en la sanidad pública.

Cómo se le ha podido ocurrir a la ministra de Igualdad invertir más que nunca en lucha contra las violencias machistas, cómo se le ha podido ocurrir introducir el consentimiento de las mujeres en la ley, cómo se le ha podido ocurrido enfrentarse a los jueces que han incumplido una ley para derribar el Ministerio de Igualdad y toda la potencia de las manifestaciones a favor de la libertad sexual de las mujeres.

Cómo se le ha podido ocurrir a Irene Montero aprobar el primer plan de inclusión social para las mujeres en contextos de prostitución, con lo elegante y radicales que se sentían las señoras como Carmen Calvo hablando de abolir la prostitución sin mencionar que lo que hay que abolir es la pobreza que empuja a la prostitución. Cómo se le ha podido ocurrir a la ministra de Igualdad usar el “todos, todas y todes” para que la realidad entrara en el Boletín Oficial del Estado. Cómo se le ha ocurrido a Irene Montero molestar a los amigos de Pedro Sánchez entre 40 y 50 años con su feminismo o a Alberto Núñez Feijóo que confunde la violencia de género con un “un divorcio duro”.

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Cómo se le pudo ocurrir al movimiento obrero molestar a los capitalistas despiadados con las huelgas por la jornada laboral de ocho horas. Cómo se le pudo ocurrir a Rosa Park no levantarse del asiento del autobús y molestar a los blancos de Estados Unidos. Cómo se les pudo ocurrir a los homosexuales levantarse contra la policía que les pegaba palizas de muerte. Cómo se le pudo ocurrir a Clara Campoamor defender el sufragio universal. Cómo se le pudo ocurrir a Irene Montero ir tan lejos contra las violencias machistas, en un país que cada año de media fabrica más de 50 asesinos de mujeres y en el que, sólo desde 2003, se cuentan más víctimas por violencia machista que por asesinatos de ETA en 40 años de actividad de la banda terrorista.

Cómo es posible que las oprimidas hayan ido tan lejos como para molestar a los amigos de Pedro Sánchez. El feminismo al punto, como los chuletones. Que luzca pero que no cambie la realidad. Las luchas que molestan a los privilegiados funcionan como las heridas que escuecen cuando se les echa agua oxigenada. Nunca se va demasiado lejos para curar una sociedad sostenida por el sufrimiento, la opresión y explotación. Si escuece, es que está curando.

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