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EFE/ Zipi Aragón

El espacio Zapatero

Lo que hace Zapatero es precisamente lo que las izquierdas han renunciado a hacer.

03/07/2023 12:00 h

El espacio Zapatero

Lo que hace Zapatero es precisamente lo que las izquierdas han renunciado a hacer.

Cualquiera que no siga del todo la contienda electoral española, o que mira desde afuera lo que ocurre aquí, podría pensar que José Luis Rodríguez Zapatero es candidato. Las entrevistas en las que ha participado, el impacto de las mismas, los titulares que nos ha dejado y, sobre todo, su participación activa en la disputa de los marcos discursivos de esta campaña, nos han recordado no sólo que los expresidentes cuentan con un capital significativo, sino que también son capaces de disputar los marcos ideológicos en contextos de profundización ideológica como los que vivimos hoy. Sobre Zapatero se puede decir mucho. Sin embargo, no me interesa tanto centrarme en su trayectoria y figura -hay cosas que destacar, pero también mucho por reclamar pese a que la memoria no es moneda corriente en contextos electorales- como en lo que significa que sea de facto un candidato en esta contienda. Y, por ser más precisa, el candidato de las izquierdas.

En política ningún espacio queda vacío. Los espacios son ocupados por actores políticos, propuestas y mensajes que, al hacerlo, disputan la centralidad del tablero político. Si algo ha quedado confirmado en los últimos meses es que el espacio de la derecha se encuentra sobreocupado. La extrema derecha ha logrado desplazar el tablero de los sentidos comunes hacia sus coordenadas y con ello han llevado a todo el arco político no sólo a debatir con ellos, sino, peor aún, a moverse hacia sus coordenadas. Esto se evidencia cuando el Partido Popular acepta, por ejemplo, el negacionismo climático de VOX y responde con la operación Doñana. O cuando se acercan a su negacionismo de la violencia machista y aceptan hablar de “violencia intrafamiliar” o, peor aún, justificar por la dureza de un divorcio que se pueda acosar e insultar a una mujer. Algunos dirán que esta no es ninguna sorpresa. Que el Partido Popular, al ser el mismo espacio ideológico del que surge VOX asume sus discursos porque en realidad siempre los ha avalado. No les falta razón. Pero también es verdad que este Partido Popular, el de Ayuso y Feijóo, pero también el de Casado en su día, no es el mismo Partido Popular que el de Rajoy con todo lo que Rajoy, en términos de corrupción, significó. El Partido Popular se ha dejado canibalizar del todo por el discurso de VOX y, por lo mismo, hoy conforman ambos un único bloque: el bloque reaccionario. Esta es una victoria de VOX que, como decíamos, logró desplazarlos a sus coordenadas y, desde el PP, asumieron mostrarse sin ningún pudor dejando cualquier atisbo de partido democrático guardado en un cajón. Algo que, por cierto, han hecho las derechas a lo largo y ancho del mundo en más de un país.

Pero no sólo el Partido Popular ha caído en la extremización política de VOX. El bloque reaccionario se hace fuerte en la medida en que logra hacer desplazar a todo el elenco político hacia “su zona”. Y eso es también lo que ha hecho el Partido Socialista cuando, por ejemplo, pone la agenda y la lucha feminista en la diana, planteando que “nos hemos pasado de frenada”, que se nos ha ido de las manos lo de pedir derechos y que, por tanto, existe una (falsa) dicotomía entre el “feminismo integrador” de Pedro Sánchez y el feminismo “incómodo” de Irene Montero. Recordemos que hace tan sólo cuatro años, el mismo Pedro Sánchez que hoy teme por sus amigos de 40 años, se declaraba un Presidente feminista, se vanagloriaba de tener el gabinete ministerial con más mujeres en la historia de España y tenía a Carmen Calvo -sobre ella también podríamos decir unas cuantas cosas- celebrando en Ferraz con la camiseta “Yes, I am feminist” los resultados electorales. Del feminismo que se asumía como una bandera imprescindible y de sentido común en 2018 al feminismo como elemento de ruptura ha habido un trecho de retroceso considerable y eso responde a la arremetida de la reacción que, como en cualquier contexto histórico, surge como respuesta a los avances democráticos. Sólo hay reacción cuando la democracia se ha ensanchado porque la ampliación de derechos supone la socialización de igualdad para más sectores sociales. Esto siempre supone un problema para quienes buscan resguardar los privilegios de un sistema que les beneficia. El patriarcado es ese sistema. El feminismo, por lo mismo, plantea un horizonte de igualdad para todos, todas y todes. Por ello es tan ridículo que se le llame “incómodo”, cuando ninguna lucha realmente transformadora puede no serlo. Si no eres incómodo, no eres transformador. Mucho menos revolucionario. Y, me atrevería a decir, tampoco de izquierdas, o al menos no de las que necesitamos en este contexto de avance reaccionario.

«Resulta curioso, cuando menos, que el mismo Presidente al que el 15M salió a impugnar, sea quien hoy mejor representa a esas izquierdas. »

Lamentablemente los ejemplos no acaban aquí. Uno de los mayores éxitos del bloque reaccionario es que ha logrado que también las izquierdas asuman sus marcos y se desplacen hacia sus coordenadas. Casi sin resistencia, han aceptado ese gran marco de disputa que impusieron desde la reacción y asumieron discursos no sólo conservadores con respecto al feminismo y su potencial transformador, sino conservadores en general cuando, por ejemplo, se nos empezó a repetir que la política “del ruido” no era positiva o que las políticas de “los partidos” eran un lastre. En sociedades que sobreviven los estragos de este sistema capitalista y que han logrado victorias impensables hace una década como, por ejemplo, acabar con el bipartidismo o participar en el primer gobierno de coalición de la democracia, hablar del “ruido” como lastre supone una enmienda a todo el proceso de victorias difíciles pero alcanzadas en los últimos años. En el escenario español que, al igual que tantos otros países, vive también una ola de despolitización social hija de ese neoliberalismo que te enseña que para el “sálvese quien pueda” es necesario también el “no te metas en política”, es también un disparo al pie y a la cabeza que se rechace la labor de la articulación política en las colectividades que se expresan tanto en los sindicatos, los movimientos sociales y los partidos. Sin embargo, esa suerte de discurso apolítico y, a la vez, circunscrito a la gestión como si la política fuera de datos y leyes únicamente, y no de pulsiones colectivas y de disputa ideológica, ha ganado terreno en las izquierdas. Y a partir de esa lectura del momento político se ha asumido también esa pulsión conservadora que así como canibalizó al PSOE hoy campea a sus anchas por el territorio de la confluencia de organizaciones de izquierda.

El problema no es sólo el feminismo y el veto a Irene Montero. Esas son las evidencias. Son las consecuencias del problema y, a mi juicio, la peor señal porque se presentó con rostro y nombre propio en forma violencia política directa contra una persona que de violencia sabe mucho, como todas las mujeres que ponen el cuerpo para plantear horizontes transformadores. Pero el problema de fondo es la tesis que ha ganado terreno en estos sectores que estaban llamados a asumir aquel legado que el 15M nos dejó y que supuso también una forma de entender la lucha social y hacer política desde la impugnación y la enmienda a la totalidad de un sistema. Hoy, en cambio, vemos que la pulsión conservadora es lo que predomina y se nos exige aceptar el “es lo que hay”, y el “cuidado que viene VOX”, como si VOX no fuera precisamente el recurso final de ese régimen del 78 que sigue sin poder cerrar su crisis, pero que ha encontrado la manera perfecta para lograrlo: que la pulsión conservadora mande en todas las tiendas de campaña electoral.

Y es por eso que Zapatero hoy resulta un personaje interesante. Lo que hace Zapatero es precisamente lo que las izquierdas han renunciado a hacer. Resulta curioso, cuando menos, que el mismo Presidente al que el 15M salió a impugnar, sea quien hoy mejor representa a esas izquierdas. Su capacidad para entender al feminismo como el movimiento que mejor continúa el hilo transformador que el 15M nos legó, es algo que parece que sólo él ha notado. De ahí su capacidad para entender que Irene Montero representa ese legado y cuenta con el apoyo de quienes ven en el feminismo algo más que camisetas declarativas: una propuesta política que pone en cuestión todo el sistema. Que sea Zapatero quien hable más de memoria histórica que ningún otro candidato en la España en que VOX reivindica el franquismo, es otra señal de que ha entendido bien el momento político y que esto no va de datos del paro, sino de sentidos comunes, horizontes, identidades y, sobre todo, disputarle al adversario cada uno de sus mantras. Batalla ideológica. Algo que, sin duda, requiere de mucho ruido.

No obstante, dicho todo esto, la pregunta que me haría no sería tanto sobre el por qué Zapatero está siendo aparentemente el mejor candidato de la izquierda. Sino, la verdadera pregunta es ¿qué están haciendo las izquierdas?

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