Image

De furia y equidistancia

Esto no va de poner o quitar banderas, aprobar o derogar leyes, va de defender o tolerar el odio. No se puede ser equidistante.

01/07/2023 15:00 h

De furia y equidistancia

Esto no va de poner o quitar banderas, aprobar o derogar leyes, va de defender o tolerar el odio. No se puede ser equidistante.

Cada ser humano tiene una visión particular de las cosas, de la realidad. Y claro, por definición, esta percepción está forzosamente sesgada: cada individuo asume que el mundo y lo que acontece en él es de una manera determinada y construye la imagen de cómo es todo según lo que ve a su alrededor. A partir de esto, las personas formamos nuestras opiniones. Opiniones que, por otra parte, resulta bien difícil cambiar. Para quienes no ven (porque no miran) un palmo más allá de sus propias narices, y para quienes tampoco tienen capacidad de análisis, ni crítica, ni empatía, lo sencillo es categorizarlo todo y opinar en base a ello. De esta manera, no hay que pensar mucho más, se acabó el esfuerzo cognitivo.

Etiquetan, muy rápido, simplificando, creando categorías y escalas de dos únicos colores, sin matices. Para todo. Da igual que sea para una marca de mermelada, un destino de vacaciones, un tipo de cerveza o un colectivo social. Es siempre “lo blanco y lo negro”, lo malo y lo bueno, la izquierda y la derecha, lo nuevo y lo viejo, lo raro y lo normal. Nosotros y ellos.

Y entre nosotros y ellos, están los límites que nos separan y que no dejamos de intentar definir desde ambos lados. Pero son límites sobradamente anchos para que haya algunas personas que se sientan lo suficientemente cómodas como para instalarse a vivir en ellos. Porque sí, hay quienes habitan en ese territorio inhóspito y baldío, imparcial, esa tierra llamada EL CENTRO. La equidistancia. Un oasis ideológico que parece hacer barrera ante ese “o conmigo, o contra mí” y crea en los pusilánimes la ilusión de sentirse a salvo de todo. Y de todos.

Los habitantes de esas tierras, los equidistantes, son en realidad apátridas. Porque cuando hablamos de ciertas cuestiones, de justicia, el centro no existe. Existe la cobardía, existe la inopia, existe la deshumanización. Y los equidistantes lucen la cara más monstruosa de los dos extremos. Bajo las máscaras de la moderación, ponen muecas que podrían delatarlos. Pero no se las quitan para no ser posicionados, para no correr riesgos, para no sufrir la misma violencia que nosotros. Y suman así piedras y más piedras en la montaña de proyectiles de quienes atacan, suman lastre a las espaldas de quienes tratamos de avanzar. Porque en la contienda, en el conflicto, en la pugna por lo justo, la equidistancia también es asesina.

Con todas las guerras el fenómeno es el mismo: aunque haya un preludio, una preparación del campo de batalla y una organización de los ejércitos, una escritura de panfletos y discursos, parece que no existen hasta que se declaran. Hasta que se dice en voz alta, sí, pero sobre todo hasta que se da el primer puñetazo.

En pleno mes del Orgullo LGTBIQ+, no está de más recordar que fue gracias a Stormé DeLarverie que empezó la lucha. Gracias a sus puñetazos y a los que vinieron después de que ella se quedara mirando a esos cientos de personas que observaban paralizadas cómo la policía se la llevaba: “why don’t you guys do something?”.

Y ese grito hacia los equidistantes, hacia los impasibles, se traslada a hoy. Los delitos de odio contra el colectivo han aumentado un 130% en la calle. En las instituciones y los medios de comunicación los poderosos azuzan a sus acólitos como a los perros. Les dicen que somos una "ideología", una "moda", que contagiamos y por eso hay un “alarmante aumento de casos de homosexuales”. Nos llaman “degenerados”. Nos llaman basura. Y los perros nos ladran, nos buscan, nos vienen a morder.

«Y sí, tenemos miedo, pero también tenemos furia. Y tenemos voz y manos con las que nos vamos a defender.»

Ayer escuchamos a Francisco Piñol, concejal de Vox en Mérida, diciendo que la nuestra es "la bandera de los pedófilos". Un mes después de que se haya publicado una lista de más de mil abusos a menores perpetrados por obispos. Y ojalá fuese solo él, un caso aislado. Pero lo leemos y escuchamos cada día. Ellos lo dicen y lo repiten esos perros, con la boca llena de espuma. Que ladran, que nos buscan, que nos vienen a morder.

Y, mientras tanto, a nosotras nos piden moderación. Nos piden equidistancia. Que si nos odian, es porque no nos sabemos comportar. Porque no somos normales. Porque no tienen nada en contra de lo LGTB, pero sí de la “ideología” y el “lobby”. Porque nos rebelamos ante esa perversa idea cristiana de "poner la otra mejilla" con cada golpe, con cada ataque, con cada injusticia. Ridiculizan nuestra furia, nos piden comportarnos como ellos. Nos piden pasar página. Los rencorosos nos piden olvidar. Pero nos acordamos. De cada asesinato, de cada paliza, de cada pintada, de cada lona, de cada discurso. También de nuestras hermanas a las que metieron en cárceles, sanatorios y campos de concentración. Nos acordamos de los triángulos rosas, de las violaciones correctivas, las pseudoterapias, de los "exorcismos". De la tortura psicológica, social, física e institucional a la que se somete a cada personas lesbianas, gays, bisexuales, trans, no binaries e intersexuales desde el día en que nacemos.

Yo recuerdo la cara de cada una de las personas que me han insultado, golpeado, perseguido por la calle, patologizado, acosado sexualmente estando con otra mujer. Recuerdo la cara de casi todas las personas que me han llamado puta bollera, desviada, demonio, travelo, machorro, que han intentado o han conseguido tocarme cuando me han visto besar a otra mujer. Aunque haya temporadas en las que todo esto pase a diario y a la grandísima mayoría no las conociese de nada.

Pero tampoco olvido la cara de aquellas personas que, ante las agresiones que he vivido, han puesto la cara por mí. Sin conocerme tampoco de nada. De quienes no han sido equidistantes, de quienes no han pasado de largo como si la cosa no fuese con ellos, como si no fuese una cuestión de Derechos Humanos. Porque lo es.

Nuestras vidas, nuestra existencia, nuestra libertad, son DERECHOS. No somos una ideología, como lo es la de aquellos que nos oprimen y nos tiran encima a los perros. Cada vez con más odio, cada vez con más rabia, cada vez más violentos y con menos miedo. Porque nunca tienen miedo, al contrario, se alimentan del nuestro. Y sí, tenemos miedo, pero también tenemos furia. Y tenemos voz y manos con las que nos vamos a defender.

Esto no va de poner o quitar banderas, aprobar o derogar leyes, va de defender o tolerar el odio. No se puede ser equidistante. No se puede ser un peso muerto para quienes luchamos por vivir con dignidad. Toca posicionarse, toca posicionarse YA. Nos estamos jugando la vida. Toca elegir un bando.

Te puede interesar
Te puede interesar