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Periodistas con micrófono en mano

Ciencias de la Información

Cada año más de tres mil personas se gradúan en Periodismo en nuestro país.

18/05/2023 18:41 h

Ciencias de la Información

Cada año más de tres mil personas se gradúan en Periodismo en nuestro país.

Más de tres mil almitas que pasan cuatro o cinco años, a veces más, sentadas en aulas donde se les prepara para el oficio. Sea lo que sea que eso signifique.

En la Universidad Complutense de Madrid decidieron llamar “Ciencias de la Información” -nunca entendí ese nombre- a la primera Facultad del estado donde se comenzó a enseñar Periodismo en 1971. Antes, las únicas escuelas oficiales estaban en manos de los aparatos de propaganda del régimen franquista y de la iglesia católica y funcionaban, como todo en este país, como un sistema de perpetuación de élites, de
dominio económico de un sector emergente y de censura y control de los mensajes políticos, claro. Alguna que otra vaca sagrada de la profesión -mejor dicho, algún toro-viene ya de entonces, o incluso de antes, de cuando hubo que controlar los medios para ganar la Guerra Civil poniendo a plumillas bastante mediocres a hacer propaganda nacional. No sé, me suena.

Después, con la Transición y el surgimiento de la prensa libre al calor de la Democracia, se abrió un periodo apasionante de luchas de poder, de cabeceras perdidas, de sagas y apellidos, de inversiones y favores, de manufacturas de consenso que se cocinaban entre Olivettis y Spectrums. Solo desde ahí puede explicarse el presente de los medios de comunicación españoles, algo que por supuesto, casi nadie te contaba en la carrera, donde era más importante saber el nombre del señor que inventó la fotocomponedora o el código cromático de la prensa del XIX.

«

No quisiera hacer una enmienda a la totalidad a Ciencias de la Información, ni a la
carrera, ni a la Facultad complutense en concreto, porque en aquella mole brutalista,
de hormigón y de ideas, vivían personas y proyectos apasionantes, y quien la habitó, lo
sabe.

»

Pero no nos engañemos, para llegar a alguna parte en la profesión tampoco ir a clase era lo más importante, aunque eso, como el poema de Gil de Biedma que adorna el metro de Ciudad Universitaria, una lo empieza a comprender más tarde. No en vano periodismo es, según el INE, la carrera con más arrepentidos.

Con algunas y algunos de ellos, de esos arrepentidos camino de los 40 que ya somos, mantengo un profundo amor forjado en esas tardes complutenses. Hablamos de dónde nos llevó la vida, de cómo salimos de Ciencias de la Información con la vocación olvidada en algún pasillo de esos donde nunca daba el sol. Nuestra generación, en medio de todo, -demasiado viejos para las promesas electorales de Pedro Sánchez, y
demasiado jóvenes para las promesa de Pedro Sánchez-, aterrizamos en Ciencias de la Información cuando la prensa en papel moría y la digital estaba por nacer; cuando las grandes cabeceras se venían abajo y nos decían que el futuro estaba en abrirse un blog y en escribir en esos periodiquillos que repartían en la puerta del Metro. Estudiamos asignaturas donde el valor de tu nota era proporcional a la importancia del
entrevistado que hubieras podido conseguir. Otras en las que no escribimos un solo papel y sólo retuvimos retahílas de información vacía del libro del diplodocus de turno.

Ciencias de la Información

Mi trauma personal fueron las horas y horas analizando prensa deportiva, una de las salidas más ambicionadas entonces, -a mí, que me daba náusea con sólo oír la sintonía de Carrusel Deportivo-. Hubo despachos a solas con conversaciones que hoy, con más años y menos vergüenza, habría denunciado sin dudarlo.

Algún docente especial brillaba entre tanta pantomima y entonces, volvíamos a creer que no nos habíamos equivocado estrepitosamente de futuro, que igual, merecía la pena. Para quienes somos un poco torpes moviéndonos en el mundo de los favores y los rumores, cualquier práctica laboral medio mal pagada era una utopía que justificaría todo aquel padecimiento. Los becarios éramos a menudo tratadas como
una rémora. Acogernos, nos decían en la facultad, era casi un favor por el que debíamos competir hasta reventarnos entre nosotras mismas. Un puesto en un buen medio de comunicación, con proyección de futuro, no era tanto una cuestión de talento como de tener buenos padrinos o poder pagarse un máster que costaba diez veces el precio de la matrícula. Mis compañeros acabaron trabajando gratis como
editoras de texto, como técnicos audiovisuales, como eternas becarias a quien nadie preguntó el nombre ni leyó uno solo de sus trabajos, teniendo que compartir el lavabo con Sostres o dando los buenos días a Inda. A los proscritos y las descreídas nos quedó alguna empresa, el eterno plan B de opositar, o en mi caso, escribir piezas de información local gratis para lo que descubrí, no era nada más que un portal inmobiliario disfrazado de noticiario para captar tráfico en internet.


Sería injusto decir que lo pasamos mal todo el tiempo. Tuvimos una asociación con nombre de detective, Pepe Carvalho. Nos asambleamos por encima de nuestras
posibilidades para “parar Bolonia”, aquella reforma universitaria que metió el neoliberalismo hasta la cocina de las facultades y que, por supuesto, nunca paramos, pero carajo, vaya si lo intentamos. Hoy seguimos, de vez en cuando, reencontrándonos. Muchas aprobaron sus oposiciones, ese digno camino entre la resignación y la esperanza, pero eso sí, aburridísimo. Otros son cocineros, o artistas, o profesoras, o wedding planners, o están en el paro, o viven lejísimos de todo esto, en todos los sentidos. Algunas siguen intentándolo. Y otras lo consiguieron y joder, qué orgullo me da leerlas, porque son brillantes, y porque a veces el talento se hace un huequito. También hay quienes siguieron ejerciendo, escribiendo desde los márgenes, desde la prensa independiente, desde el periodismo alternativo, desde donde fuera que dejaran encajar una pieza, un proyecto, un mensaje, y aunque nunca se hagan
ricas, son para mí lo más cercano al espíritu periodístico que perdura. O es creo.

En este debate tan viejo pero tan urgente sobre los medios, el poder y las verdades, que hoy se libra entre Sálvame y la guerra de Ucrania, el otro día alguien me dijo que si el 15-M había sido el tiempo de los politólogos, ahora, vivimos el tiempo de los periodistas. Buena suerte, compañeras.

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