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Así pasen cinco años

Cuando Lorca lloraba lo hacía sobre sus hojas, sobre los folios aun en blanco de su cuaderno, porque cuando lloran los poetas lo hacen como aliento, como empuje…

08/06/2023 12:28 h

Así pasen cinco años

Cuando Lorca lloraba lo hacía sobre sus hojas, sobre los folios aun en blanco de su cuaderno, porque cuando lloran los poetas lo hacen como aliento, como empuje…

Me imagino a Federico García Lorca escribiendo por las noches, rodeado de cigarras y con el calor del sur. Lo imagino muchas veces iluminado por candelas, dándole vueltas a las ideas mientras con la mano izquierda retorcía los mechones de su pelo para que así no se enmarañaran las ideas. Pienso en cómo sería el perfume de su casa, el color de sus paredes y el telar que recubriría cada una de sus ventanas, ventanales por los que seguramente observaba el paso calmado de cualquier transeúnte que luego le inspiraría para el trazo de algunas de sus rimas. Me lo traigo a la mente y lo pienso caminando por los campos mientras sentía en la cara el viento del olivar y el viento de la sierra, rodeado de arbolados que le daban verde a su tierra donde la pobreza se olisqueaba como un perro cuando tiene hambre. Le pongo a actuar en mis pensamientos, aun con todo sonriente, deshaciendo pesares y maldiciendo aquello que todavía estaba por llegar. Lo vuelvo a pensar con sapos y culebras sobre el pensamiento contra fascistas insensibles que querían arremeter sus cantos de libertad, escribiéndole romances a la luna como si de un dios inexistente se tratara con la cabeza levantada y los ojos entornados al mismo tiempo que sigue buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada.

Pienso en él cuando escribió aquello de “Es preciso luchar con toda idea de ruina” porque seguramente cuando le dió forma a aquellas letras alguna noción de desaliento le pasó por la memoria, porque posiblemente cuando quiso darle alas a aquella obra de luces y sombras se le vinieron fantasmas de desamparo a las yemas de los dedos que desde la inteligencia supo frenar. Y es posible que llorara amarguras, que supiera que sus ideas eran balas contra él, que era momento de callar, aun así, cinco años antes, aferrado a sus ideas resistió. Cinco antes de que sonaran aquellos disparos al grito de “por rojo y maricón” que le mataron, cinco años antes siguió dictándole a la pluma para que hoy quedara impregnado su pensamiento en toda la historia de un país.

«Después de todo, transcurrido tanto tiempo tras de su partida, todavía comen oscuras flores de duelo y pese a que pesen y hayan pasado tantos verbos, a día de hoy, todavía algunas seguimos intentando abrir semillas en el corazón del sueño.»

Cuando Lorca lloraba lo hacía sobre sus hojas, sobre los folios aun en blanco de su cuaderno, porque cuando lloran los poetas lo hacen como aliento, como empuje, como una catarata en el medio del océano para salir corriendo tras unos largos versos, para escapar hacia delante como si el empujón necesario se lo diera la tristeza más amarga, solo así para tomar impulso y seguir escribiendo, conversando, descubriendo mundo. Cuando Lorca escribía las tormentas de Granada iluminaban todos los montes y los rayos se adentraban por las cornisas de cualquier casa para así cambiar las esperanzas de todos sus vecinos que, aferrados a la lumbre, no veían más colores que los que producen los relámpagos cuando se aproxima la tempestad. Y lo pienso así porque sé que sería la única manera de imaginar un horizonte sin luz pero mordido de hogueras.

Y es que, cuando vuelvo a imaginarme a Lorca cinco años previos a su muerte, y ciento veinticinco de su nacimiento que celebramos esta misma semana, me lo traigo al pensamiento como si quisiera guardar, como él escribía, el mar en un vaso, pensando en cómo sería si ahora viniera aquí y contemplara una España que lo sigue recordando, a la que le falta poesía, a la que le faltan versos y le sobran eslóganes de la inmediatez y el ruido, a la que se le va el tiempo y le resta aquello del odio y la prisa política. Una España con algunas canciones de futuro pero a la que le queda un desierto, un ondulado desierto todavía por cultivar. Después de todo, transcurrido tanto tiempo tras de su partida, todavía comen oscuras flores de duelo y pese a que pesen y hayan pasado tantos verbos, a día de hoy, todavía algunas seguimos intentando abrir semillas en el corazón del sueño.

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