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¡Arriba España, marikones!

Hay infinidad de puntos en común entre la derecha y la ultraderecha, pero hay uno en concreto que me cabrea especialmente: la manipulación del “sentimiento” nacional.

24/07/2023 14:04 h

¡Arriba España, marikones!

Hay infinidad de puntos en común entre la derecha y la ultraderecha, pero hay uno en concreto que me cabrea especialmente: la manipulación del “sentimiento” nacional.

Por lo general, suele haber un curioso efecto cuando la gente descubre que soy de Ávila. Podría incluso definir lo que muchas personas expresan al conocer mis orígenes como rechazo. Suelo encontrarme con descalificaciones, expresiones de aversión contra mi ciudad y contra Castilla y León… aunque “por lo menos es bonito”. Porque soy abulense, sí, pero también soy lesbiana, soy de izquierdas, soy vegetariana, llevo la cabeza rapada y el cuerpo lleno de tatuajes, tengo un podcast LGTBIQ+ y trabajo en la televisión de Pablo Iglesias. Como si todo esto fuese una traición a mi patria, algo incompatible con mis orígenes.

Créanme cuando les digo que estoy orgullosa de ser quien soy, y lo soy también gracias al lugar de donde vengo. Para lo bueno y para lo malo. Reivindico allá donde voy que nací y crecí en la ciudad amurallada. Pero esta reacción de antipatía que tienen muchas personas de mi alrededor con respecto a mi tierra tiene cierto sentido. Y lo hemos visto claro en los últimos meses con la feroz batalla ideológica de las derechas.

Somos muchísimas las personas que hemos huido de nuestras ciudades en las últimas décadas y que posiblemente no vayamos a volver jamás. Somos muchas las que no nos identificamos con aquello que sigue allí y con esa decisión de enfocar la identidad territorial de una manera muy concreta, la voluntad de crear (que no de “conservar”) una realidad donde solamente caben ellos. Se utiliza el término ‘sexilio’ para hablar de todas aquellas que nos hemos marchado de nuestras ciudades por el rechazo y la violencia que hemos sufrido sistemáticamente desde que tenemos uso de razón y que nos ha hecho sentir que no pertenecemos a esas tierras, que no pintamos nada allí, que hemos nacido en el lugar equivocado, que eso no es nuestro. Y somos muchas las que, tantos años después, nos sentimos desarraigadas. Porque el desarraigo, no nos equivoquemos, nace precisamente de esa nostalgia del sitio donde crecimos y que nos han hecho pensar que no nos merecemos.

Imagina que tu tierra te parece preciosa, que adoras ese aire que siempre huele limpio, esa tranquilidad, ese silencio. La piedra, el frío, la nieve, el musgo y los sauces. Que extrañas cada día las flores, los matorrales, las orugas anidando en los pinos, las perdices, la montaña y las nubes. Los arrendajos, los arroyos, las culebras, los cerezos, las cigüeñas, las ranas. Ese cielo, esos atardeceres que cada día son distintos, las golondrinas armando barullo por la mañana, los amaneceres en Gredos viendo cómo se parte la tierra en dos por la luz, el olor a tomillo en las botas al volver a casa. Imagina que estás condenada a sentir tristeza y nostalgia de tu propia identidad. Cada día. Porque todo eso es mi identidad también, aunque me haya visto excluida y sin posibilidad de futuro porque aspiro a algo distinto, porque yo misma soy “distinta”.

«Nuestra bandera es, para nosotras, la familia que no nos da la espalda, los vecinos que no nos insultan, la tierra que no nos rechaza. Y no es incompatible con nuestra nacionalidad, pero sí lo es con esa bandera que nos muestran como ataque a nuestra integridad, como mordaza para ahogarnos.»

En los últimos meses, he visto a nivel político y mediático algo que pensaba que estábamos superando: lo LGTB es antónimo de lo español. Un facha es justo lo contrario a un “maricón”, lo queer viene a usurpar aquello que se intenta preserva “de toda la vida”. Y que se arranque nuestra bandera, que la pisen, que la quemen, que quiten los bancos pintados de arcoiris, NO es casualidad. Que la ultraderecha lleve en su programa electoral “la derogación de las leyes ideológicas que no protegen a las personas, sino que colectivizan al individuo y lo someten a las exigencias de grupos de interés, ya sea LGTBIQ+ o ley Trans” NO es casualidad. Que Feijóo se empeñe en decir que la bandera que nos representa “no es la nuestra, sino la de España”, NO es casualidad. Que haya centenares de hombres cis blancos ladrando en redes que “yo soy homosexual y voto a la ultraderecha” NO es casualidad. Que intenten meternos en vereda defendiendo que “en su partido caben los homosexuales pero no lo LGTB” no es casualidad.

Porque lo LGTBIQ+ no es un partido político al que afiliarte, no es una ideología. No es un lobby, no venimos a destruir a tu familia, a pervertir a tus hijos, a acabar con todo lo que eres. Llevar nuestra bandera de colores es la forma que tenemos de no sentirnos solas, en los márgenes, en la marginalidad. Nuestra bandera es, para nosotras, la familia que no nos da la espalda, los vecinos que no nos insultan, la tierra que no nos rechaza. Y no es incompatible con nuestra nacionalidad, pero sí lo es con esa bandera que nos muestran como ataque a nuestra integridad, como mordaza para ahogarnos.

Hay infinidad de puntos en común entre la derecha y la ultraderecha, pero hay uno en concreto que me cabrea especialmente: la manipulación del "sentimiento" nacional. Nosotras también somos España. Somos pueblo, somos campo, somos folclore. Somos la tierra donde también descansan los restos de los nuestros.

¡Arriba España, marikones!

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